Retratos de cuatro monstruos

Es la primera vez que escribo ficción en el blog. Es un cuento de terror. No requiere mucha más presentación.

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De cuantos sucesos extraños me han acontecido, los que viví trabajando junto a Beatriz Benavente destacan por su profunda significación. Años después sigo estremeciéndome al recordarlo y no pasa una noche sin que, en la soledad de mi habitación mientras miro las caprichosas sombras de la pared, me pregunte si cuanto vi fue auténtico, pues tan descabellado es renegar de mis sentidos y acogerme a una suerte de locura extrañísima como aceptar ante mí misma que presencié aquello que presencié.

Apenas tuve ocasión de hablar con ella la primera vez y he de reconocer que no me causó una buena impresión: estaba demasiado delgada, aparentaba unos diez años más de los que realmente tenía y el aliento le apestaba a tabaco. Sentí lástima por los niños que trataba, pues no se me ocurre una figura menos maternal y afable que la de Beatriz Benavente.

Prolija, hermética y llena de un infundado desdén hacia mí, para explicarme su trabajo Benavente me contó la historia de un cocinero que vivía en una pequeña aldea donde todos eran ciegos menos él. Al ser la situación habitual que todos habían conocido desde siempre, para nadie era extraño estar privado del sentido de la vista y ni siquiera habían sentido jamás la necesidad de acuñar un nombre para algo que nadie tenía.

En las narraciones de Benavente sobraban pausas y faltaban palabras. Le gustaba oírse a sí misma. Yo encontré en su parquedad más inquietud que suspense, pero echando la vista atrás me atrevería a calificar las conversaciones con ella no como algo a lo que una se acostumbra, sino como un gusto adquirido, como el mate o el coñac.

Los habitantes ciegos, siguió contándome Benavente, trabajaban a diario llevando agua del remanso hasta los cultivos donde crecían las frutas y las hortalizas con las que el cocinero preparaba la comida de toda la aldea. Toda la comunidad sabía, eso sí, que entre ellos había un hombre capaz de ver. Dado que todos procedían de una antiquísima estirpe de aldeanos ciegos, no sabían qué palabra utilizar para referirse al extraordinario don de aquel hombre, aunque este era evidente, pues sabía cuántas manzanas había sobre una mesa sin necesidad de tocarlas, quién se acercaba por el camino antes de oír el ritmo de sus pasos, cómo eran las formas de los pájaros o dónde estaba cada mueble dentro de una habitación nada más entrar. Era pues su habilidad parecida a la de los perros, que intuyen los caminos y los obstáculos y pueden guiar a las personas, aunque no pueden explicar su propia experiencia. El cocinero relató a los aldeanos que el agua que tomaban del remanso procedía de un río y este río procedía de la nieve de las montañas. Algunos le creían, pero otros no, pues no concebían cómo era posible conocer el origen del agua sin haber seguido su curso hasta su mismo nacimiento.

Un día la nieve desapareció y con ella el río y el remanso del río. No volvió a llover ni a nevar en la aldea. El finísimo hilo de agua que quedó en el cauce apenas bastaba para saciar la sed de los aldeanos, así que no podía usarse para regar los huertos. Nadie murió de sed, pero tras unos meses, algunos aldeanos empezaron a morir de hambre. El cocinero, con la esperanza de que tarde o temprano la nieve retornaría a las montañas y con ella el río y el remanso del río, hubo de tomar una difícil decisión y, con la muerte por inanición cerniéndose sobre sus vecinos, decidió alimentar a los supervivientes con los cuerpos de los difuntos.

Alimentó con carne humana tanto a perros como a personas. Los más astutos supieron de la treta, los más cándidos no. De igual modo, los perros carecían del entendimiento para distinguir esta comida de aquella.

Tras varias semanas saliendo adelante de este modo, un día llegó en que el cocinero fue despertado por los gritos de jolgorio de sus conciudadanos. La alegría que sentían era incontenible. Los oyó reír y cantar desde dentro de su casa y aporrear insistentes a su puerta para que saliera a experimentar por sí mismo la buena noticia: estaba nevando.

El hombre rápidamente se vistió y salió a la calle, pero no pudo unirse a la celebración. Aunque vio a hombres, mujeres y niños jugar con la nieve, revolcarse en ella, tocarla y comerla con gusto y avidez, esta era de un abominable color rojo; rojo como la sangre y rojo como la carne de aquellos a quienes habían devorado. Las cumbres de las montañas también estaban rojas, reflejando una luz ominosa que bañaba al poblado en vergüenza. Nadie más podía verlo. La nieve caía como había caído tantas veces antes y nada a excepción de su color podía indicar que estaba manchada con la sangre de los atentados cometidos contra sus congéneres. Nadie podía imaginar, a excepción de una persona, qué desgracias se avecinaban.

Nosotras, dijo Benavente, somos el cocinero de esta historia.

 

Aquella tarde la vi hablar con un niño de siete años. Los servicios sociales se estaban haciendo cargo de él, ya que su padre había agredido a su madre con tal violencia que una había acabado en la uci y el otro en el calabozo. Nadie esperaba que el niño pasara una noche fácil, pero hablar simplemente de pesadillas en su caso hubiera sido quedarse cortas. Cada vez que el pequeño entraba dificultosamente y con ayudas farmacológicas en una fase de sueño, despertaba al poco entre gritos de angustia y pavor.

Benavente había leído los informes de las asistentes sociales por encima con una mueca de desprecio que me hizo dudar de su profesionalidad. Sin embargo, ni se inmutaba ante los detallados relatos de cuantas personas habían atendido al niño, quien, de alguna manera, les había inoculado la semilla de su propio terror y, contagiados por cuantas fantasías tenebrosas manaban de su joven mente, reproducían con inquietante detalle las muecas de miedo a la vez que repetían como magnetófonos las descripciones monstruosas y pormenorizadas de aquellos terrores nocturnos.

Cuando Benavente entró por la mañana en la habitación, la luz del sol, cálida y halagüeña, pasaba por las ventanas e iluminaba juguetes, dibujos, cuentos y otros elementos lúdicos y decorativos que hubieran desterrado el último resquicio de las imágenes más inquietantes de la mente de cualquier niño normal. Pero aquel no lo era.

En una pared colgaba un póster con dibujos esquemáticos de los cinco sólidos platónicos: el tetraedro, el cubo, el octaedro, el dodecaedro y el icosaedro. Mientras Benavente subía las persianas y acercaba una silla a la mesa del niño, yo me entretuve mirando fijamente las líneas bidimensionales que dibujaban los contornos de los poliedros, convirtiendo los ángulos de cóncavos a convexos más o menos a mi antojo, como tantas veces había hecho de niña. Sin duda la mente era poderosa, y podía convencerse a sí misma de que un dibujo tenía una perspectiva o la inversa. No importaba que el acto de inversión de la perspectiva fuese un acto consciente; la percepción del ojo se volvía evidente e indiscutible. Así era, o así me habían enseñado a mí, cómo había que enfocar las pesadillas.

Me mantuve en una esquina observando y tomando notas mientras Benavente se acercaba al chiquillo con la actitud propia de una burócrata. No tardé en darme cuenta de que aquello reconfortaba al niño. Mientras yo tenía que hacer malabarismos para que no se me cayeran al suelo los informes, documentos y mis propias notas, Benavente se enfrentaba a su trabajo sin accesorio alguno. Conocía la batería de preguntas al dedillo y la repetía como una letanía y no tardé en confirmar que si daba la impresión de no sentir ningún interés por las respuestas del niño era porque, efectivamente, no lo sentía.

Anoté cuando consideré oportuno y más al ver que Benavente no estaba guardando registro alguno de la conversación. Al acabar las preguntas protocolarias, empezó otra batería de cuestiones para la que nadie me había preparado y que consistían en indagar acerca de la naturaleza de sus terrores nocturnos. Habiendo pasado tantos años, me resulta imposible hacer una relación fehaciente de cuanto allí escuché, a pesar de que en los próximos días tendría la oportunidad de escucharlas varias veces más. Eso sí, recuerdo con claridad que todas las preguntas hacían referencia directa al objeto mismo de las pesadillas del niño. Tanto el niño como Benavente se refería a él como el monstruo.

Benavente indagó acerca de la naturaleza del monstruo y preguntó por cuestiones tan dispares como el tamaño, el olor o la maldad propios del monstruo. Aunque aquella habitación infantil por la mañana fuera uno de los escenarios más reconfortantes que uno pudiera imaginar, se me heló la espina dorsal al escuchar a aquel niño describir a su monstruo con pelos y señales.

El niño aseguraba que durante las últimas noches le había visitado un ser gigantesco, corpulento y bípedo que debía encorvarse para estar de pie en las estancias de las casas y los centros de acogida. Pocas preguntas hicieron falta para que, además, el niño describiera sus brazos, tan largos que se arrastraban por el suelo cuando el monstruo caminaba. Su cuerpo estaba cubierto de un pelo oscuro y sucio, como embarrado. Su presencia fantasmal despertaba al pequeño, que abría los ojos y se lo encontraba junto a su cama tan impávido durante el silencio como en los gritos posteriores. Benavente insistió en preguntar acerca del rostro del monstruo y especialmente por sus ojos, descritos por el muchacho como dos enormes cuencas profundas con un brillo rojizo perceptible incluso desde la más profunda oscuridad. No cabía duda de que aquella imagen acechaba sus sueños y que su sufrimiento era auténtico. Recordé las pocas veces que sentí terror en mi infancia y no pude comparar aquel relato con nada que se le acercara ni remotamente en mi propia experiencia. Sentí pena y compasión por el pobre niño.

Me rescató de mi espiral de pensamiento el cambio de tono con el que Benavente se levantó, le dio las gracias al chico y se fue de la habitación. Salió del edificio con paso rápido y firme, despidiéndose con sequedad de las trabajadoras que la habían atendido. Una vez fuera, se encendió rápidamente un cigarrillo que debía haber estado anhelando todo aquel rato. Su cara transmitía un profundo cansancio y un abatimiento más moral que físico. En aquel momento pensé que se debía a la temprana hora de la mañana, pero luego descubrí que era el aspecto que ofrecía a cualquier hora del día. Me habló sin mirarme a la cara, pero pude oler su halitosis. No es nada, dijo. Son sueños y pesadillas, dijo. Dio una larga calada a su cigarro. Demasiado artificial. Demasiadas películas. Demasiados videojuegos. ¿Ojos rojos? Ese bicho es un pastiche de las criaturas menos originales, dijo.

En aquel momento no supe interpretar lo que me estaba diciendo, pues pensé que estábamos allí para fiscalizar las actividades de las trabajadoras y ofrecer protección a los menores. No fue hasta unos días después que descubrí que lo que Benavente buscaba era encontrar monstruos de verdad.

 

Pocos días después tuvimos que acudir a otra llamada en un pequeño pueblo un tanto alejado. Conduje durante más de 4 horas en las cuales apenas conversé con mi compañera. Al dejar las carreteras principales y adentrarnos en vías más descuidadas y tenebrosas, empecé a sentirme desamparada. El cielo gris otoñal y la incómoda presencia de Benavente en el asiento del copiloto contribuían a ir generando en mí un sentimiento de desdicha que recuerdo vívidamente, pero que es difícil de acotar con palabras cotidianas.

Intenté entablar una conversación para sacarme de aquel estado de inquietud y no tardé en arrepentirme, pues pude percibir el mal aliento de Benavente al hablar llenando el pequeño habitáculo del coche. Fue durante aquella conversación cuando me di cuenta de que Benavente andaba tras la pista de algo. Me hubiera reído de cualquiera que me hubiera confesado que buscaba monstruos, pero Benavente no parecía la clase de persona que gusta de bromas. Echando la vista atrás podría decir que fue la influencia del paisaje o el recuerdo de la descripción del monstruo, que aún resonaba en mi cabeza; podría achacar mi credulidad a cualquier agente externo que ofuscara mi entendimiento o me sugestionara, pero si he de ser fiel a mí misma, he de reconocer que la certeza de sus palabras me venía confirmado por algo que se hallaba dentro de mí y no fuera.

Por el tono y las palabras que usaba supe que Beatriz Benavente y yo nos movíamos en dos universos sensitivos y referenciales muy distantes el uno del otro que solo convergían tangencialmente en aquel momento exacto y solo dentro de aquel coche. Era evidente que sus ojos veían más de cuanto veían los míos y que sus metas, sus motivaciones, sus miedos y sus aprensiones se encontraban en un plano superior a aquel en el que estaban los míos.

Rememorando aquellas conversaciones no logro entender por qué no hice tal o cual pregunta que hubiera sido pertinente. Desde luego que no podía imaginar que mi tiempo a su lado sería tan breve. Aunque rescato de entre mis memorias con nítida claridad sus explicaciones acerca de por qué el monstruo de aquel niño no era auténtico. En aquel momento estaba al volante, pero permanecí callada, escuchando cada una de sus palabras e intentando retenerlas para plasmarlas en mis notas después. Durante los últimos veinte minutos del viaje, Beatriz Benavente me ofreció lo que podríamos llamar una introducción a la teratonomía, la ciencia de los monstruos.

Varias de aquellas aseveraciones compiten por ser la más horripilante a ojos de la razón, pero pocas hacen gala de tanta crudeza como aquella primera revelación: los monstruos existen. No como elementos imaginativos o fantásticos, no como representaciones o proyecciones de emociones y sentimientos reales, sino como seres corpóreos y mesurables que comparten el mundo con nosotros. Este mundo. No un mundo metafórico, ni siquiera paralelo. Este, el único. Pues de sus palabras pude deducir que no albergaba creencia alguna en un más allá o en un ser superior que velara por nosotros. Los horrores son hijos de este mundo y lo habitan.

Muy de cerca en su espanto, le seguía una segunda afirmación que me hizo estremecer: los monstruos son invisibles a casi todas las personas (y una tercera:) excepto para los niños. De haberle preguntado más acerca de esta cuestión tal vez me hubiera dicho que los niños tienen esta o aquella estructura cerebral o que los monstruos mismos no se esconden ante ellos por este o aquel motivo. Pero mientras dejábamos los bosques marrones atrás, no podía más que repetir para mí todo lo que Benavente me decía con intención de anotarlo más tarde.

El aplomo de sus palabras no dejaba hueco a la duda. Llegó una cuarta aserción. La presencia de un monstruo puede percibirse, como cualquier otra presencia, por cualquiera de los sentidos y que era habitual que los farsantes se recrearan en detalles ínfimos de la percepción visual de un supuesto monstruo pero que olvidaran toda otra percepción sensorial.

Me explicó también que el avistamiento de monstruos tenía más que ver con la ornitología que con la parapsicología. Bastaba con mantenerse quieta y esperar. Aguardar con la paciencia de quien quiere acercarse a un animal salvaje y mirar, mirar fijamente a cuanto hay alrededor en busca de la revelación corpórea o sensitiva del ser.

No pregunté (y lo lamento profundamente) por los medios mediante los cuales llegó Benavente a tan inquietantes conclusiones. No me contó sus propias experiencias, pues me abstuve de preguntar temerosa de hallar una respuesta, con la convicción equivocada de que ya se me presentarían otras ocasiones.

Por último, me dijo que ignoraba qué o quién les dotaba de existencia, pues evidentemente no eran seres biológicos, ni sujetos a las leyes deterministas de la química y la anatomía. En algunos de ellos podría adivinarse un rastro de humanidad, por lo que debían tener alguna conexión con lo humano. Y habiendo descartado, como descartaba Benavente, las explicaciones místicas y religiosas, concluyó que lo único que es distinto en el Homo sapiens frente al resto de las criaturas es la consciencia.

La consciencia, que es inmaterial y evidente, que es escurridiza para la ciencia y vertiginosa para la filosofía, dotaba de existencia física y real a los monstruos. Al parecer, Benavente estuvo muchos años pensando que su origen podía estar en las elucubraciones tenebrosas de niños demasiado imaginativos cuyo impulso consciente cristalizaba en criaturas aberrantes, pero descartó esta teoría al comprobar que la mayoría de los niños concebían a los monstruos como subproductos esperpénticos del bombardeo cultural, como ecos manidos de un millón de voces que desde siempre han narrado el horror del monstruo. Sería como confundir el símbolo mediatizado de un corazón rojo del día de los enamorados con la experiencia humana genuina del amor.

Así que Benavente había dado en pensar que los monstruos se generaban allá donde un ser humano cometía un acto moral vergonzoso. Todos los grandes crímenes y las acciones más viles tenían el potencial de generar un monstruo allá donde sucedían o persiguiendo a quien las cometía.

De alguna manera esto me reconfortó, pues suponía un orden, una mecanicidad, un eje moral sobre el que elaborar el mapa de la virtud. Pero poco me duró esta sensación de bienestar, pues en seguida comprendí que era imposible saber si eran las leyes morales de los hombres (correctas o no) las que engendraban los seres o si subyacía un precepto anterior que era el motor último de esto. Tan espantoso me resultaba suponer que la proliferación de monstruos se debía a la brújula moral humana, voluble y caprichosa, como que se debía a un estado de las cosas anterior que lo precede a todo pero que es arbitrario, puesto que no ha sido confeccionado por ninguna inteligencia sino por el mismo caos del universo.

En la historia, le dije, somos los aldeanos ciegos.

 

Detuve el coche en una plaza pequeña de un villorrio al pie de la cordillera. En esta ocasión no se trataba de un niño, sino de dos. Dos niñas gemelas de 5 años. Vivían en una casa vieja y mal acondicionada con su madre y su abuela y quizás algún hombre que no estaba en aquel momento. Tuve que relacionar el nombre de cada una con la ropa que llevaban aquel día, pues me resultaba imposible distinguirlas por la cara. El parecido se extendía a sus voces, sus gestos y su forma de moverse.

La abuela de las niñas fue quien nos atendió y quien nos ofreció café y té. La madre tenía grandes ojeras que lastraban su mirada. Escondía sus puños tensos bajo las mangas de una chaqueta deportiva. Sin embargo, y a pesar de su expresión ida y ausente, fueron las niñas las que me resultaron más inquietantes. Estaban jugando con un juego de construcciones cuyas piezas quedaban esparcidas por todo el suelo. No hablaban la una con la otra, pero parecían entenderse, como si se comunicaran de alguna otra forma que yo no podía percibir en aquellos momentos.

La casa rezumaba un olor extraño que nadie más parecía percibir, pues es habitual que quien vive en un lugar no sea consciente de ese olor. Beatriz Benavente interrogó a las niñas por separado sentada en un sofá cochambroso mientras ellas jugaban en el suelo, montando y desmontando estructuras muy simples de dos o tres piezas.

Esta vez mis notas fueron más profusas y cuidadas, intentando recoger en ellas las palabras exactas que las niñas utilizaban para definir al monstruo. Los relatos de las gemelas eran muy parecidos. En aquella vieja casa habitaba un monstruo. Ellas no parecían tan afectadas como lo estuvo aquel primer niño. En un principio aquello me hizo dudar de la veracidad de sus testimonios, pero luego acabó por convencerme más. Al fin y al cabo, una criatura de cinco años no puede discernir entre lo que es mundano y lo que es obsceno y nada puede resultar verdaderamente espeluznante si se ha conocido desde siempre.

Según mis notas este segundo monstruo se trataba de un ser vagamente humanoide, con brazos y piernas, aunque no reportaban movimiento alguno, sino más bien una perpetua estaticidad. El ser estaba a veces en un sitio y a veces en otro, sin desplazarse, pero evidentemente vivo y consciente. Tan pronto se encontraba en una posición típicamente humana, como sentado en un sillón o de pie junto a una puerta, como aparecía en rincones más estrechos e inaccesibles retorcido como un contorsionista o la víctima de un terrible accidente.

Esta vez las niñas pudieron hablar de su voz. El ser no producía palabras de ningún lenguaje conocido, pero sí respiraba y emitía leves quejidos que ellas mismas imitaban sin dudar ni un segundo. Me resultaba muy inquietante oír esas imitaciones de sus pequeñas gargantas proferidas sin darle mayor importancia, como quien recita una lección aprendida en la escuela solo porque los adultos se la requieren.

También hablaron del tacto que tenía. Al parecer, el tacto de su piel desnuda era suave y cálido y a veces confundían su presencia con la de su propia madre. Una de las dos describió su olor, pero obviamente carecía del vocabulario y los referentes necesarios para poder darnos una descripción adecuada y se limitaba a asegurar que era un olor que te llenaba la nariz.

Sin duda alguna, lo que más me sorprendió de su relato fue que ambas coincidieron en un extraño detalle que tanto a Beatriz Benavente como a mí nos costó entender, pues, aunque era claro y palmario para ellas, su traslación al lenguaje era dificultosa. En resumidas cuentas, el monstruo parecía tener un rostro apacible y tranquilo, un rostro que podía transmitir paz y confianza en un primer vistazo, sin embargo, aquel no era su verdadero rostro. Intentamos que se hicieran entender y les hicimos preguntas como ¿lleva una máscara?, ¿esconde su verdadera cara? Pero el monstruo ni tenía nada cubriéndolo ni escondía su rostro.

La mejor manera que se me ocurre para explicar esta característica es en relación a la pareidolia, el efecto por el cual a las personas nos parece ver caras en objetos inanimados, como una casa con dos ventanas y una puerta que se nos antojan los ojos y la boca, o como cuando las vetas de la madera nos devuelven la mirada en forma de rostros caprichosos. Algunos seres vivos incluso se han adaptado para aprovecharse de este efecto y existen mariposas en cuyas alas se intuyen dos grandes ojos que confunden a los depredadores. El monstruo de aquella casa tenía un primer rostro, un rostro pareidólico, superpuesto, apaciguado y fácilmente reconocible y un segundo rostro, un rostro verdadero, cuyas facciones se dejaban ver por fin tras un periodo previo de observación, como al convencer a tu cerebro de cambiar la perspectiva. Según parece, una vez que te deshacías de ese primer rostro de trampantojo era imposible ignorar su auténtica cara que, lejos de transmitir sentimientos agradables, irritaba e incomodaba a las niñas.

Varios accidentes y percances habían estado sucediendo en aquel hogar lastimero. Desde ventanas rotas a la muerte un tanto peculiar del perro de la familia, que se enredó jugando con una cuerda y se ahogó intentando zafarse de ella.

Beatriz Benavente me miró y pude notar su aliento pútrido antes de que abriera la boca y empezara a hablarme con una voz leve y temblorosa. Aquí hay uno, dijo.

Tras haber hablado con las niñas, permitió que siguieran jugando juntas. La madre y la abuela entraron en el salón con las bebidas y las cuatro permanecimos calladas mirando a las niñas jugar en silencio hasta que mi té se quedó frío.

¿Está el monstruo aquí ahora?, preguntó Benavente a las niñas. Sí, dijeron a la vez. ¿Dónde?, dijo. Ambas se encogieron de hombros y una de ellas puntualizó. Siempre está, pero no siempre lo vemos. Hay que buscarlo.

La madre se echó a llorar. No pude identificar si las lágrimas se debían al horror de comprender que todo aquello estaba dentro de las mentes de las niñas o al de comprender que estaba fuera.

Beatriz Benavente hizo cuanto pudo y les pidió a las niñas que le enseñaran la casa por dentro, habitación por habitación. Recorrido que yo también realicé con el corazón en un puño aterrada ante la idea de encontrarme a la espectral criatura en cualquier lugar, tumbado en una cama, mirando por la ventana o incluso dentro de un jarrón.

Ya hacía un par de horas desde la puesta de sol y nosotras aún teníamos un viaje de cuatro horas. Tuvimos que dejar a la familia en aquel lugar. Al salir a la calle sentí el viento fresco en la cara y fui consciente de lo viciado que estaba el aire dentro de la casa. Conduje todo el camino de vuelta. Benavente no dijo una sola palabra.

 

Tuve ocasión de investigar un tercer monstruo. El niño que atendimos tenía ya doce años y estaba claramente más allá del límite en el que Benavente pensaba que la mente infantil era capaz de percibir a los monstruos. Sin embargo, acudimos por lo peculiar de la situación. La residencia familiar era una casa grande y bien amueblada en una urbanización a las afueras de la ciudad. El chico estaba postrado en una silla de ruedas a causa de una parálisis cerebral. Movía el cuello y la boca con dificultad y la comunicación tanto con nosotras como con su familia era lenta y tediosa, desesperante a ratos, especialmente para quienes no estábamos acostumbradas a tratar con él.

Por lo que pudieron contarnos sus familiares y sus cuidadores, el niño hacía tiempo que se refería al monstruo y la familia lo había aceptado con naturalidad, pues desde el momento en el que el chico dijo que el monstruo lo mantenía atado a la silla, todos entendieron que era una suerte de metáfora para referirse a la enfermedad. Benavente pensaba que podría no serlo.

El precario control que el niño tenía de su aparato fonador apenas alcanzaba un mínimo suficiente para la comunicación oral no entrenada. A pesar de que Benavente demostró más sensibilidad y capacidad de comprensión, yo solo podía imaginar el hilo conductor que dibujaban las palabras trémulas que conseguía entender aquí o allá. Todas las fui anotando en un papel al que apenas miraba mientras escribía, esperando poder después reconstruir partes concretas de su discurso deslavazado.

Un detalle decisivo para que Benavente creyera al muchacho fue que dijo que cada vez le resultaba más difícil verlo, aunque sabía que siempre merodeaba en torno a él. La mera presencia demasiado cercana del ser le producía vómitos y arcadas acompañados de un profundo malestar que no supo localizar en ninguna parte concreta del cuerpo. Ignorado por sus padres y los médicos, el niño parecía encontrar solaz y alivio en nuestra presencia.

El monstruo que describió no se pareció en nada a los otros dos que había conocido las semanas anteriores. El chico no pudo definir ninguna forma concreta, ni humana ni animal, ni siquiera geométrica, pues incidió varias veces en que tenía una forma cambiante y que adoptaba la apariencia de objetos cotidianos tales como un lápiz, un cojín, un sillón, un armario o una habitación. Su presencia carecía por completo de características que una aplicaría a la descripción de un ser vivo, tales como la respiración, el movimiento o la existencia de una cara. Sin embargo, el niño describió en profundidad la composición material del ser, hecho a partes iguales de metal, carne, veneno y cristal.

Tras ese dato, Benavente decidió que era momento de tomarnos un descanso y preguntó a la madre si había algún lugar en la casa en el que pudiera fumar. Ella nos condujo a una salita con una terraza. Mientras Benavente cruzaba el umbral para salir al exterior ya tenía un cigarro entre los labios pálidos y un encendedor en la mano.

Metal, carne, veneno y cristal, según apuntaba Benavente, era la materia informe en la que se transforman la técnica y la biología tras un accidente de tráfico. No puedo negar que a veces los datos fortuitos parecen apuntar en una dirección que no existe en la realidad, pero tiempo después confirmé que la familia había sido azotada hacía ya unos años por un terrible accidente de tráfico. Sugerí, no sin el temor y la actitud apocopada de quien se aventura en un campo que no es el suyo, que tal vez aquella representación sobrenatural podría ser un eco, psicológico o material de las personas que perdieron la vida en el accidente. Benavente no tardó en reprocharme que aún mantuviera una mirada ingenua y maniquea sobre el asunto. Aquí no hay fantasmas o residuos energéticos de las almas que habitaron una vez los cuerpos. Los monstruos no tienen nombres y apellidos ni aspiran a nada. No hay una voluntad detrás, ni siquiera puedo asegurarte que haya una consciencia. Lo único que hay es la abominable combinación de estructuras producidas por un atentado contra la moral. Imagina los crímenes horrendos que se pueden esconder detrás de algo así.

Incómoda con la conversación y quedándome cada vez más fría, decidí entrar a la salita y dejé a Benavente en la terraza. No quise volver tampoco al cuarto del niño ni entablar una conversación banal con sus familiares. Me detuve en la decoración y en los objetos de aquella estancia, recorriendo tanto con los ojos como con las yemas de los dedos cada lujoso rincón de aquel lugar. Cuando las tragedias sucedían en familias acomodadas de alguna manera se me antojaban menores.

Un gato pardo de pelaje largo y esponjoso y un collar negro dormía hecho un ovillo sobre el respaldo de un sofá. Me acerqué a acariciarlo y se despertó al contacto con mi mano, pero no se asustó, sino que se dejó acariciar y esbozó unos cálidos ronroneos. Poco a poco el animal fue abriendo los ojos hasta clavarlos fijamente en los míos. Al principio no hallé nada extraño en aquel comportamiento pues era propio de cuantos gatos había conocido en mi vida. Sin embargo, no pude evitar fijarme en que las líneas que surcaban su pelo dibujaban en su cabeza, entre los ojos y las orejas puntiagudas, dos manchas más oscuras que bien parecían dos enormes ojos. Lo que en un principio me resultó divertido, pronto se volvió aterrador, pues durante unos segundos fui capaz de decidir a mi antojo cuál de los dos rostros del gato deseaba ver: bien su rostro real, bien aquel rostro caricaturesco que aparecía al imaginar que las manchas oscuras en su pelo eran los verdaderos ojos. En ningún momento dejé de acariciar al animal, que indudablemente debió de sentir mi tensión y empezó a tensarse también. Mirándome cada vez con mayor fijación y los cuatro ojos cada vez más abiertos. Pude sentir cómo se le erizaba el pelo del lomo y cómo se debatía internamente entre qué era lo más seguro para sí: quedarse quieto o echar a correr. Pronto ya no pude ver más su primera cara y de repente las dos manchas negras que parecían ojos se me antojaron bocas, pues ambas tenían a su vez manchas más leves sobre ellas que podían parecer ojos. Tampoco yo supe gobernar mi cuerpo y levantar mi mano del lomo de aquel ser que ya no me parecía uno, sino dos mirándome desde un mismo cuerpo y gritando con una boca desproporcionadamente grande. Intenté con todas mis fuerzas volver a ver al auténtico gato y escapar de aquella ensoñación tétrica, pero no pude. Algo había entre él y yo que no podía disociarse. Algo había en aquel terror sobrevenido y familiar que hacía su dolorosa presencia muy preferible a su ausencia. Me dije a mí misma que debía apartar la vista, pero tampoco eso me estaba permitido. Me dije a mí misma que debía escapar de aquellos dos gritos de dolor que me señalaban y volver al segundo rostro, cosa que logré con esfuerzo. Una vez liberada de las dos caras que gritaban intenté pasar del segundo rostro al primero y también lo conseguí y fue entonces cuando me percaté de que el gato, al menos su materialización primera y más familiar, no me estaba mirando a mí, sino que miraba a través de mí, clavando las pupilas en algo que se encontraba dentro o justo detrás de mí. Oí un ruido. Me giré rápidamente y vi entrar a Benavente exhalando los últimos humos de su cigarro ya dentro de la habitación y me reconfortó encontrar, no una cara amiga, pero sí al menos una cara familiar. Volví de nuevo la vista hacia el gato, pero había aprovechado mi descuido para huir.

Una hora más tarde en el coche le hablé del gato a Benavente. Me contó que el niño era alérgico a los gatos y que por eso no había ningún gato en aquella casa. Se habría colado, dijo ella. Se habría colado, dije yo.

En la historia, pensé, somos los perros de los aldeanos ciegos.

 

Años más tarde, siendo aquellos sucesos ya algo lejanos en el tiempo, pero persistentes en mi memoria, la teratónoma Beatriz Benavente vino a buscarme. Hacía tiempo que no trabajábamos juntas y que había cesado toda comunicación entre nosotras. Ella me esperó a la salida del trabajo y pude ver que los pocos años que habían transcurrido no habían sido clementes con la apariencia de mi antigua compañera.

Benavente nunca destacó por su labia ni por sus habilidades sociales, pero noté que estaba haciendo un esfuerzo especial en describirme una situación que de ninguna manera yo llegaba a comprender. Recuerdo que me habló de la naturaleza ignota de los monstruos y de que la única manera en la que se podían combatir era iluminándolos. Bien es sabido que, si un niño teme por la presencia de un monstruo en su armario o debajo de su cama, basta con exponer ante sus ojos ese lugar iluminado para que todo temor se desvanezca. El terror que emana de los monstruos se vale de nuestro desconocimiento. Una vez que el padre ha arrojado luz sobre el monstruo singular (o que la sociedad ha vertido el método científico sobre el monstruo conceptual), el miedo se desvanece pues sabemos a qué nos enfrentamos.

No puedo decir que me acompañara durante varias calles, sino más bien que me persiguió hasta que, cansada de la cháchara vacía, le pedí que me dijera de una vez lo que quería. Benavente confesó entonces que sus propios temores estaban impidiendo que realizara su trabajo y necesitaba la ayuda de alguien en quien pudiera confiar. Fue entonces cuando caí en la cuenta de lo importante que había sido para ella aquel otoño que trabajamos juntas y qué asimétrica había sido nuestra relación personal y profesional.

Beatriz Benavente, teratónoma cazadora de monstruos e impávida profesional se sentía aterrada ante la idea de viajar a la isla de Urco, ya que padecía de fobia al agua. Eres la única en la que confío, dijo. ¿No estás trabajando con nadie ahora?, pregunté yo. Una chica, creo que tiene un don, pero… Tiene unas necesidades un tanto particulares.

La chica a la que Benavente se refería se llamaba Cristina y tenía un trastorno del espectro autista que limitaba enormemente su comunicación con los demás. A pesar de que entendía el lenguaje verbal, a veces parecía que nada de lo que se le decía estuviera llegando a su mente y, cuando la dirección de la comunicación cambiaba, prefería expresarse con señas antes que con sonidos. Propensa al llanto y dependiente emocionalmente, sospeché (aunque no me atreví a preguntar) cuáles eran las características que hacían de Cristina una compañera tan valiosa para Benavente.

A día de hoy no sabría decir por qué acepté. Se apoderó de mí, sin yo percatarme de ello, una fe ciega en mi antigua compañera, así como una inexplicable fidelidad a su causa.

Se trataba de visitar las instalaciones de recreo que se habían reformado recientemente en la isla de Urco, a pocos kilómetros de la costa. Esa misma tarde, Cristina y yo fuimos hasta la isla en un barco privado, un pesquero cochambroso que Benavente había alquilado con su propio dinero, seguramente para apaciguar la culpa y la vergüenza que sentía de no poder hacerse a la mar a pesar de haber consagrado su vida a la teratonomía.

 

La isa de Urco apenas se alzaba unos metros sobre el agitado mar y, a ojos de cualquier navegante que hubiera pasado lo suficientemente cerca de ella como para discernir su forma de entre la espuma, no hubiera sido más que un escollo que esquivar. En el siglo XIX se proyectó la construcción de un faro que no se levantaría hasta bien entrado en siglo XX. Según me contarían los lugareños meses más tarde, también hubo cabañas de pescadores que, una vez abandonadas, no habían resistido los embates del tiempo. Desde hacía ya algunas décadas dominaban la isla los muros firmes y blancos de un gran balneario.

El edificio de tonos claros y apacibles contrastaba aquella tarde con la roca escarpada de la que emergía y con el bullicio incesante del mar. Por planos que pude ver más tarde, sé que el balneario había sido planificado como un monasterio medieval: con una planta cuadrangular, cuatro torres en las esquinas y un amplio patio interior. Erguida en el límite mismo de la tierra emergida, la construcción tenía dos de sus cuatro lados volcados al mar, de tal manera que, si se abría una de las ventanas y se dejaba caer un objeto, este caía directamente al Atlántico.

Había en el lado norte de la isla de Urco un embarcadero que conducía directamente al balneario, siendo necesario pasar primero por este edificio para salir después a explorar el resto del islote que no contenía más que el viejo faro y una ermita de reciente construcción.

El caso que allí íbamos a estudiar era el de una niña de 8 años con un amplio historial clínico de patologías del sueño y varios diagnósticos psiquiátricos no convergentes. Se llamaba Martina.

Martina era muy despierta para su edad y hablaba con más claridad y tino que la mayoría de adultos que he conocido a lo largo de mi vida. Su voz serena y calmada salía de un cuerpo que no daba indicios más que de enfermedad y agitación. Solo conseguía dormir con somníferos, que le administraban concienzudamente cada noche, con el extraño efecto de que, durante las horas que pasaba despierta, desarrollaba los mismos síntomas que aquellos enfermos sometidos a largas privaciones del sueño. Aparte de los ojos enrojecidos y una evidente hinchazón periorbital, la niña también manifestaba temblores en las manos y nistagmo en los ojos, es decir, un movimiento horizontal rápido e involuntario de las pupilas, como si estuviera mirando por la ventanilla de un vehículo que se desplaza a toda velocidad.

Acudir a aquel balneario suponía la última de una serie de medidas que los padres de Martina habían tomado para ayudar a su hija con su problema descrito en el último diagnóstico como una combinación de terrores nocturnos persistentes y una psicosis precoz que, contra todo pronóstico, no cedía ante la medicación.

Cristina se limitó a seguirme desde la recepción hasta la salita donde nos recibieron los padres y de ahí a la habitación donde dormía la niña. En ningún momento profirió palabra alguna ni aceptó mis invitaciones a sentarse. Cuando por fin hablé con Martina sentí una inmediata afinidad hacia ella y me lamenté por su situación. Estaba jugando a videojuegos en una tablet sentada en el suelo, pero contestaba a cuanto se le preguntaba con abierta franqueza.

El monstruo que ella describía tenía una característica principal: su tamaño. Se trataba de un ser gigantesco que habitaba en el mar que por las noches salía de las profundidades para visitar la superficie. Martina fue incapaz de describir su forma, pues debido a su tamaño, solo le era posible verlo por partes. Me percaté de que cada vez que rebuscaba en su cerebro en busca de un recuerdo visual miraba inconscientemente hacia la ventana. Pensé en Beatriz Benavente y en su método de trabajo y en cómo este detalle habría sido para ella un indicador de que estábamos en el buen camino.

Indagué un poco más y pregunté a la niña por otros detalles no visuales. Nos describió su voz como un gemido profundo, inmenso, que hacía temblar los muebles y se sentía más en el pecho que los oídos, un gemido que nadie más parecía escuchar. Nos describió su olor como una peste fétida que se agarraba a la garganta y provocaba una respuesta desagradable parecida a la náusea que, en vez de alojarse en el estómago, lo hacía en el corazón. A falta de palabras más precisas para describir los olores, la niña intentó explicar el hedor como la parte desagradable del olor agradable del mar. Me era difícil entender a qué se podía estar refiriendo, pues nunca había concebido los olores como algo que se pudiese descomponer en factores más simples. Sin embargo, entendí que cuanto atemorizaba a Martina, fuese real o imaginario, procedía del océano y que no tenía ningún sentido mantener aquella tortura de la visita al balneario por mucho más tiempo.

¿Alguna vez te ha hecho algo?, le pregunté. En aquel momento fui consciente de que los ojos agitados de Martina jamás llegaban a posarse sobre la ventana. Apuntaban hacia ella, pero no llegaban a posarse sobre ella. La propia postura de la niña en el cuarto le daba la espalda a la única abertura hacia el exterior. Me levanté y miré hacia afuera. Ya casi había anochecido y el mar rompía intranquilo contra los escollos que cimentaban el balneario. Se había desatado un viento fuerte que levantaba el agua del mar soltándola sobre el cristal como si fuese lluvia.

Nunca me toca, dijo. Siempre está fuera. Pero me habla, dijo. Aquello sí que me pareció inusual. Hasta ese momento yo había considerado que los monstruos carecían de la lógica humana necesaria para articular un discurso o para tener pensamientos. Cristina nos miraba desde una esquina y parecía que también tenía cierta aversión a la ventana. Yo seguí mirando hacia el mar a la vez que reflexionaba sobre cómo algo que me producía tanta paz a mí podía agitar tanto la mente de personas inteligentes como Martina o Benavente.

¿En qué lengua te habla?, le pregunté. Me dijo que el monstruo no usaba ninguna lengua y que lo que hacía difícilmente podría equipararse al acto comunicativo humano. En sus propias palabras, era como si el monstruo pusiera dentro de ella lo que quería decir y fuese Martina la que dotaba de palabras a las ideas.

¿Qué te dice?, le pregunté. Me dijo que ella iba a morir y que sus padres iban a morir también. Me agaché para ponerme a su altura y tratar de fijar mi mirada en sus esquivas pupilas. Le dije que allí tanto ella como sus padres estaban seguros y que nada malo les iba a ocurrir. Le dije que había mucha gente cuidándola.

Empecé a sentirme indefensa y atemorizada cuando comprendí, gracias a las explicaciones llanas de Martina, que no temía a una muerte inminente y precoz sino a la muerte como suceso vital que llega tarde o temprano. La niña no estaba agobiada ante la primitiva noción del peligro de muerte, sino ante el concepto metafísico del tener que morir.

He visto la muerte, dijo, pero no había visto ninguna muerte en concreto. He conocido el futuro y el futuro es la muerte, dijo, pero no sabía dar detalles acerca del futuro. Comprendí que un abismo separaba la comprensión cerebral de que ningún ser humano es inmortal de la certeza absoluta de la muerte absoluta, la cual pocas personas llegan a experimentar.

Cuando viene, las estrellas del cielo están en el mar, dijo. Todas las estrellas están en el mar y cada una es enorme y está llena de calor, pero están muy lejos unas de otras y nunca llegan a tocarse, dijo. Están separadas por un vacío muy grande, dijo. Intenté abrir la ventana para respirar un poco de aire fresco, pero, solo con agarrar la manilla, hice a Martina darse la vuelta y saqué a Cristina de su abstracción y ambas me gritaron a la vez que no lo hiciera. Así que no lo hice.

Marqué en el teléfono el número de Beatriz Benavente. Le comuniqué lo mejor que supe cuanto nos había contado Martina y le dije que teníamos que alejarla del mar. El próximo ferry llegaría al embarcadero de la isla de Urco al día siguiente por la mañana, así que le dije a Benavente que intentara por todos los medios contratar a cualquier persona que tuviera un barco y que navegara los pocos kilómetros que nos separaban de la costa para llevarnos de vuelta a tierra firme. Y así lo hizo. En el puerto Benavente habló con varias personas, pero todas se negaban a salir. Se había desatado una galerna, un viento del noroeste que los lugareños conocían muy bien por ser de los más peligrosos para navegar. Muchos ofrecieron partir en cuanto amainase, ya que las galernas suelen irse tan rápido como llegan, pero no amainó en toda la noche. En contra de todo lo que mi yo más intuitivo deseaba, tuvimos que pasar la noche en el balneario.

No fue problema para el encargado encontrarnos una habitación doble para Cristina y para mí. Eso sí, no pude separarme de Martina hasta que vi con mis propios ojos cómo se quedaba dormida gracias a los somníferos. Acepté que, como empleada del sistema, como hija de mi tiempo, como ser humano, no podía aspirar a hacer ni a comprender más de cuanto se me había dado. El insomnio se cura con somníferos y las pesadillas con polisomnografías y terapia. Y allí se acababa mi trabajo. ¿De qué tratamientos disponíamos para hacer frente a los monstruos de las verdades últimas de la vida?

Fui a acostarme con la conciencia intranquila intentando convencerme de que allí se había hecho lo que humanamente se podía. En el baño descubrí que se me habían contagiado algunos síntomas de la pequeña Martina. Las manos me temblaban y me habían salido ojeras. Con la mente aturullada y las emociones bullendo, me quedé mirando a un punto fijo de mi cara, como tantas veces se queda una contemplando la nada y por unos instantes se desconecta. A menudo abrazo estos momentos fugaces, estas agradables desconexiones que dan reposo al incesante diálogo interior. Pero no fue así aquella vez. Fue entonces cuando me vi. Me vi mirándome a mí misma. Descubrí una nueva cara en el espejo. Comprendí por fin mi otro rostro. No era una treta de la mente, ni una ilusión pasajera, sino una comprensión profunda e irreversible de mis verdaderos rasgos faciales. Aquello que hasta entonces habían sido mis ojos, ya no eran mis ojos. Mis auténticos ojos estaban en otra parte. Por fin comprendí qué hendidura en la carne era mi boca y cuál mi nariz. Mi rostro verdadero me devolvía la mirada desde el otro lado del espejo y me agarraba con fuerza el corazón. Intenté volver a ver mi primera cara, pero una vez recorrido ese camino, supe que era imposible retroceder.

Salí del baño agitada y repugnada ante la visión de mí misma y no encontré a Cristina. Necesitaba más que nunca la ayuda de alguien conocido. Alguien perteneciente al mundo normal, con los pies en la tierra, que me sacase de aquella visión espantosa.

 

Miré por la ventana. Las estrellas habían desaparecido. ¿Se había nublado en apenas unos minutos? No. Mirando por las ventanas vi que el color del cielo ya no era el mismo. Intenté buscar a alguien por los pasillos del balneario medio vacío. Tal vez grité, no sabría decir. Recuerdo haber tenido miedo y vergüenza de mi cara monstruosa. Recuerdo haberme caído varias veces y no haber sentido dolor. Llegué hasta el recibidor, pero debía ser ya muy tarde y nadie respondía a mis llamadas.

Salí al exterior, al terreno inhóspito y húmedo que cubría la isla de Urco y miré al cielo. Durante unos segundos me reconfortó ver que las estrellas seguían ahí, titilando fijas en la bóveda infinita, pero cometí el error de girar la cabeza y echar la vista al norte, adonde daba la ventana de nuestro cuarto.

Fue entonces cuando lo vi. Toda palabra que pueda usar para describirlo sería inapropiada, pues ni su vastedad se puede medir en parámetros humanos ni su monstruosidad puede compararse a ninguna suma de atrocidades terrenales. ¿Qué crimen se había cometido, me pregunté, para generar semejante bestia?

No sabría decir qué porcentaje de su cuerpo vi emergido de la profundidad del océano, pero sé que estaba muy lejos y aun así había que mover la cabeza de un lado a otro para abarcar su totalidad. Estaba compuesto de infinidad de elementos que una juzgaría indudablemente orgánicos, tales como agallas, escamas, lenguas y dientes, pero desde ningún ángulo se podía atisbar siquiera el esbozo de un rostro.

Hedía como el olor doloroso que se queda en la pituitaria después de que se te haya metido agua del mar en la nariz, como una mezcla afilada de hierro y sal. Y efectivamente bramaba como si su voz la produjeran un millón de bocas distintas, enormes, lejanas y fantasmales.

Pero no solo por los sentidos pude percibirlo. También me asaltó una certeza eterna sobre verdades espantosas acerca de mí misma y del mundo: certezas referentes al vacío, a la nada, a la soledad; una comprensión profunda y oceánica de que no hay nada más solitario en el universo que la propia consciencia de una, que no puede salir de su cárcel ni experimentar la realidad del mundo. Una corroboración absoluta e indiscutible de que todas las cosas buenas que había experimentado eran falsas e indemostrables, de que mi estrecha visión del cosmos era insoportable, desesperada e infinitamente somera.

El monstruo emergido avanzaba despacio pero inexorablemente hacia la isla, abriendo cada vez más uno de sus orificios que podríamos entender como una boca; una boca más grande que cualquier gruta marina, llena de membranas y dientes colocados sin orden comprensible. El agua marina que caía desde la parte superior de su boca tardaba una eternidad en llegar a la superficie del mar. Los vientos y las mareas se desviaban para sumirse en las entrañas del monstruo.

No puedo saber cuánto tiempo estuve paralizada mirando aquella mole sin poder moverme, sabedora cierta de un inminente final que no terminaba de llegar. La criatura avanzaba con una parsimonia tan exasperante que llegué a pensar que no se movía en absoluto. No obstante, era evidente que se acercaba y abría más y más la gran oquedad a la que había dado en llamar boca. Estaba quieta, clavada en el suelo, y sin embargo me sentía caer hacia una oscuridad profunda que me llamaba. Di en pensar que el peor de los atributos monstruosos de aquel turbador titán era sin duda su capacidad de acercarse eternamente, de abrir eternamente la boca, de permanecer indefinidamente en un movimiento fuera cual fuese.

Entonces una voz me llamó desde la puerta del balneario. Una cálida luz, recuerdo lejano de una realidad a la que yo ya no pertenecía, iluminó el camino que me conectaba con el edificio. La voz era de Cristina. Me costó distinguir su silueta recortada contra el fondo acogedor y anaranjado. Ni parecía aquella su postura habitual ni hubiera imaginado que así era su voz. Vi de reojo cómo se acercaba a mí, ya que no podía despegar mis pupilas de la atroz presencia que estaba a punto de engullirnos a las dos, a toda la isla, a todo el universo.

Cristina me agarró el brazo y me giré. Por primera vez me miraba a los ojos estableciendo un contacto visual directo y tan íntimo que no pude soportarlo. No pude soportar ver cómo su cara se desencajaba. Se le cortó la respiración y me soltó rápidamente deformando su cara en la mueca de terror más desgarradora que hubiera visto jamás. Habría que haber estado ciega, sorda y carente de todo sentido para no reparar en la presencia de la criatura espantosa y cenagosa que se cernía sobre nosotras y, sin embargo, ella estaba aterrada por ver mi rostro, mi verdadero rostro.

Pude sentir el pánico de su cara rebotando como eco dentro de mí, reduplicándose e invadiéndome, haciéndose cada vez más insoportable hasta que su cara desapareció. La miraba fijamente y sabía que ella estaba ahí, pero no podía reconocer un rostro en el amasijo de piel y carne que se desplegaba ante mí. Y no es que viera una nueva cara sustituyendo a la anterior, como ya me había sucedido otras veces, sino que sus rasgos humanos, su persona, se habían evaporado para dejar tras de sí solo el material del que estaban hechos. Y no hube de esperar para que ese material también se retirara y dejara a la vista moléculas, átomos y quarks que ya no se percibían por los ojos sino por un entendimiento mucho más profundo.

Por su primer rostro supe que no caminaba sobre la faz de la tierra monstruo más repugnante que yo misma. Por su segundo rostro supe que Cristina no era más que un vacío inmenso, una disolución de partículas de tan baja concentración que era indistinguible de la nada. Mire en torno a mí y el balneario, el faro, la isla, el mar, el monstruo y todo cuanto allí había se había esfumado. De alguna manera seguía allí y podía recordar aún cómo lo había percibido apenas unos segundos atrás, pero la materia se manifestaba como lo que realmente era: un vacío oceánico e inerte. En la historia, pensé, soy la nieve roja que cae sobre los aldeanos.

Debió de ser ahí cuando perdí la consciencia.

Desperté seis días después en una cama de hospital con mi madre al lado. Un traumatismo cráneo-encefálico me había producido aquel sueño devorador del que no pude despertar en casi una semana. No tardé en recabar pesquisas acerca de Benavente, Cristina y la pequeña Martina. Al parecer mi compañera había acometido este trabajo de forma completamente extraoficial y no había informado a nadie más. Su teléfono estaba apagado.

En cuanto me dieron el alta, fui a buscarla a su casa, pero una vecina me informó de que Beatriz había fallecido en un accidente de tráfico el mismo día en que yo visité la isla de Urco. Me perdí su funeral. No sé siquiera quién asistió.

Conseguí localizar a Cristina quien reunió fuerzas de algún sitio para decirme que me estaba agradecida, pero era más que evidente que no quería encontrarse conmigo. Aún siento vergüenza al recordar el pánico contenido en sus palabras al responder a mi voz del otro lado del teléfono.

La vida ya no es la misma. Ningún suceso extraño me ha vuelto a ocurrir en todos estos años y eso hace que me pregunte si no sería de alguna manera el influjo que Beatriz Benavente ejercía sobre mí, lo que me hizo percibir todo aquello.

He seguido trabajando y ha habido varios casos en los que he tenido que trabajar con niños, pero en ninguno me he tenido que enfrentar a situaciones tan sobrenaturales como las que aquí he descrito. En la historia, sin duda, soy la carne muerta que alarga las penosas vidas de los aldeanos.

 

100 falsas mentiras sobre las lenguas

Hola amigos de YouTube. En esta ocasión me gustaría redimirme de todo el mal que he generado al publicar este hilo en Twitter con 100 datos falsos sobre lenguas. Mucha gente lo leyó creyendo que era verdad (aunque se avisaba) y, bueno, en el fondo me halaga, porque yo puse mucho cariño y tesón en todas esas mentiras. Muchas de ellas tienen una base real o son una excusa preciosa para hablar de lenguas. Tranquilos amigos que no serán 100 explicaciones, solo me centraré en las más interesantes. Así que aquí va el tag: 100 falsas mentiras sobre las lenguas. Y por favor no olviden darle a la manita arriba y suscribirse a mi canal. Los quiero.

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Los verbos defectivos

El inglés es una lengua muy flexible y puede ponerla la terminación -ing a cualquier cosa. Ejemplos de esto son skiing, gambling, fleeing… Incluso no es extraño que esto ocurra con siglas: Nobody knew he was ODing (de OD, overdose, tener una sobredosis). Pero en castellano si qué tenemos algún verbo perezoso que no desarrolla todas sus formas. Se llaman verbos defectivos. Ejemplos típicos son el verbo abolir, que le falla por ejemplo la primera persona del presente (yo… ¿abolo? ¿abuelo?) o el verbo soler, que no tiene futuro (yo… ¿soleré? ¿soldré?)

EDIT: La RAE, efectivamente, ahora admite abolo y soleré. Así que podéis usarlos sin vergüenza, aunque nadie más los use.

Un respeto a lo japonés

El japonés tiene un sistema muy elaborado de tratamientos de cortesía. Una de las partículas más conocidas es el sufijo -san, con el que te refieres (de manera corrientemente respetuosa) a la gente (Marco-san, Yoko-san), pero también está -sama, que muestra más respeto (sería parecido a nuestro usted). El prefijo o- también puede anteponerse a algo respetado. Por ejemplo, el festival del florecimiento de los cerezos en japón, hanami, infunde un gran respeto, por lo que a veces se llama o-hanami. En castellano no solemos tener tanta deferencia hacia objetos no humanos, pero así de repente, se me ocurre el Excelentísimo Ayuntamiento de Valladolid.

Presente actual, pasado pretérito y futuro venidero

El castellano es una lengua rica en tiempos verbales y las lenguas de nuestro entorno suelen tener, a grandes rasgos, tiempos para el presente, el pasado y el futuro. Otras lenguas, como el mandarín, carecen de tiempos verbales como tales, pero, por supuesto, pueden expresar la idea de futuridad/pasadismo ayudándose de otros complementos. La lengua pirahã es célebre por su simplicidad y se dice que la propia cultura pirahã carece de conceptos desarrollados para hablar de otros momentos que no sean el presente.

En cualquier caso, parece que todas las lenguas humanas siguen una serie de normas en cuanto a su simpleza o su complejidad. Es decir, que cuando una lengua gana en complejidad, esta complejidad siempre va en la misma dirección.

¿Lioso? Puede ser. El caso más famoso es el de los colores. Hay lenguas que tienen más palabras para los colores que otras, pero su complejidad siempre crece de la misma manera. Siguiendo este patrón:

  • Ningún idioma tiene una sola palabra para designar un color, todos tienen como mínimo dos. Cuando hay solo dos, son siempre el blanco y el negro;
  • Cuando hay tres palabras, la tercera siempre es el rojo;
  • Cuando hay cuatro palabras, se añade el verde o el amarillo;
  • Cuando hay cinco, se han añadido ambos, el verde y el amarillo;
  • Cuando hay seis palabras, se ha añadido el azul;
  • Cuando hay siete palabras, se ha añadido el marrón;
  • Cuando hay ocho o más palabras, se añaden siempre el púrpura, el rosa, el naranja y el gris, y esto puede suceder en cualquier orden o combinación.

Y algo similar pasa con los tiempos verbales. Si una lengua solo tiene un tiempo verbal, ese tiempo es el presente (o un macrotiempo que engloba a los demás que entenderemos como un presente amplio). Da igual cómo de filósofos sean estos maka (inventados 100%), estas reglas parecen estar en la BIOS de nuestro cerebro.

Últimos hablantes

Se calcula que en el mundo se hablan entre 6 000 y 7 000 lenguas (es difícil definir qué es una lengua) y que para el año 2100 entre el 50 y el 90% de ellas habrán desaparecido. La mayor parte de las lenguas del mundo son habladas por menos de 10 000 personas, lo cual te puede dar una idea de cómo está el panorama.

De algunas de estas lenguas se conocen sus últimos hablantes. En Wikipedia hay una lista con más de 50 últimos hablantes (algunos de ellos siguen vivos).

En algunos casos, lo que lo hace todavía más triste, no se conoce ni siquiera qué lengua hablaba tal o cual último hablante.

Para escribir esta mamarrachada me inspiré también en otros dos datos. Uno es que en torno a la mitad de la publación mundial es bilingüe, aunque a ciertas personas (como a mí, que soy castellano viejo) eso del bilingüismo nos parezca un exotismo propio de vascos, navajos y srilankeños. El otro dato es que en la India se hablan 122 lenguas grandes (con más de 10 000 hablantes) y 1 599 lenguas pequeñas (con menos de 10 000). Para que luego nos enorgullezcamos los españoles de nuestra diversidad lingüística. Válgame el cielo.

Isaac Asimov hizo muchas cosas, pero no lo hizo todo

Isaac Asimov fue un tipo muy listo, pero la robótica fue la única ciencia a la que bautizó, utilizando esta denominación en sus cuentos antes de que la disciplina existiera como tal. El suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) suele citarse como el fundador de la lingüística, ya que fue el primero en usar el método científico para abordar su estudio.

Catalano vs. Castellán

Esta sinvergonzonería me ha costado muchos insultos, pero es de las más divertidas. Como es de suponer, el castellano y el catalán evolucionaron en paralelo desde el latín vulgar hablado en Hispania. Ambos son continuaciones del latín. Ninguno viene del otro. Igual que tú no has salido a tu hermana ni tu hermana ha salido a ti. Ambas habéis salido a vuestros padres.

Esta lengua está muy viva

Grecia tiene un par de lugares muy pintorescos: uno es el Monte Athos, donde el pintoresquismo les ha llevado a, fíjate tú qué pintorescos, prohibirle la entrada a las mujeres. Este territorio goza de cierta autonomía dentro del estado griego y los 20 monasterios que en él se encuentran dictan sus propias leyes y han puesto un cartel de «chicas no» en la entrada. El propio monasterio de Hozoviotissa puede ser un lugar muy bonito de visitar (construido en 1017, pero, oye, renovado en 1088), pero, desgraciadamente, sus monjes no hablan lenguas muertas. Es más, si hablaran lenguas muertas, ¿podríamos decir que son lenguas muertas? Mucha gente considera de ni el griego clásico ni el latín lo son, porque sí que se siguen usando a día de hoy.

Lo mejor de hacer este tuit fue la enorme casualidad (o no) que ocurrió: yo busqué una isla random de Grecia en Google Maps y di con esta que era pequeña y tenía un nombre que me hacía gracia. Bueno, pues resulta que @MartinDonato hizo un poquito de la research y dio con un monasterio real que hay allí mega chulo:

Resulta que es el segundo más antiguo de toda Grecia. Como dato curioso: se fundó en el 1017 y se renovó en el 1088. Toma ya. Jajajaja. Es viejo, pero oye, lo han renovado. Podéis venir todos, está renovado. Oye, habría que arreglar el rodapiés. ¿EL RODAPIÉS? ¡¡Pero si no hace ni un milenio que lo renovamos!! En fin… Podría estar así HORAS.

Gracias, @martindonato.

Casos excepcionales

Para quien no sepa qué es un caso, lo explico rápidamente. En castellano decimos yo, me, conmigo, mío y en realidad todas esas palabras hacen referencia al mismo ser. Si hacemos lo mismo con otra palabra, como casa nos encontramos con que no existe esa variedad y hay que tirar de preposiciones (casa, a la casa, con la casa, de la casa). Pues bien, hay lenguas que hacen lo que nosotros hacemos con el yo pero con todos los sustantivos. Esto se presenta en distinto grados. El inglés y el castellano tienen trazas del sistema de casos, el japonés no tiene nada de un sistema de casos, el alemán está en un punto intermedio (tiene casos, pero pocos y fáciles) y el otro extremo estaría el finés (que debe ser una locura eso).

Para esta absurdez tiré de estonio (pariente cercano del finés, pero menos conocido, muajajajaja) que, al fin y al cabo, sí que tiene algún caso curioso, como el translativo (usado cuando te conviertes en algo) o el alativo (usado cuando te diriges a algo para quedarte en su superficie, no en su interior).

Mejorar una lengua desde arriba

Esto es falso y nunca ocurrió, pero sí que existe la idea de que tal o cual lengua (normalmente el inglés, el alemán, o la de uno mismo) son mejores vehículos de pensamiento/comunicación que otras, porque son más precisas, más ricas o más mejores. Este pensamiento es estéril y trasnochado: no solo es clasista sino que es anticientífico.

La lengua se construye desde abajo: los hablantes la modelan día a día. Los casos en los que las innovaciones vienen impuestas desde el poder son muy escasos.

Resumiendo: Es el hablante el que elige la palabra y es la palabra la que quiere que sean los hablantes la palabra.

Baby talk

Todas las sociedades hasta donde tengo noticia usan el baby talk, un subcódigo lingüístico para tratar con bebés. Por ejemplo, lo que para un niño pequeño son pipis, chichi, tata, mamá, pilila y caca, de mayor se convierten en pájaros, carne, mi hermana, mi madre, polla y mierda (así ocurrió en mi caso). Hasta donde yo sé, no existe ninguna sociedad que utilice dos lenguas distintas, aunque todas usan estas variantes.

¿Será esa soirée sarasa?

La RAE no ha eliminado la entrada de «sarasa» que sigue estando vivita y coleando, como debe ser. Aunque igual deberían ponerle la etiqueta de que es despectivo, pero bueno, eso ya es otra aventura. Los diccionarios deben registrar las palabras que usa la gente, tanto si son bellas como dinamismo y vergel como si son feas como sarasa y potorro. Eliminar la entrada: 1. no haría que la gente dejara de usarlo. (No hemos dejado de usar chuletilla y es un término que no aparece en la RAE) y 2. no sería valiente, sino muy estúpido: nos llevaría a invisibilizar un tipo muy doloroso de discriminación.

El descubrimiento de la ausencia de chuletilla se lo debemos a @parasynthetic:

Impactantes hallazgos. Misterios acuciantes. ¿Algún mensaje, Carmen?

Judeoespañol antes del judeoespañol

Es famoso el dicho (para quien no lo conozca) de que antiguamente (no me preguntéis cuándo) una ardilla podía cruzar la Pnínsula Ibérica de norte a sur saltando de rama en rama, haciendo referencia a la acción devastadora del ser humano y a la sustitución de los bosques por tierras de cultivo y ciudades.

(Bueno, mira, me daba vergüenza no saber de dónde venía y lo he buscado y es interesante y está aquí)

En España ponemos el fin de la Edad Media en 1492 cuando nuestra ilustre nación culminó 4 de sus logros más celebrados: la conquista de América, la conquista de Granada, la publicación de la primera gramática del español y la expulsión de los judíos. Los judíos expulsados, siguieron hablando una suerte de español allá adonde fueron y aquella habla, influida por el hebreo y otras lenguas con las que se fueron topando (como el turco y el griego), devino en lo que hoy conocemos como judeoespañol (aka sefardí aka ladino). Por lo tanto, por muchos judíos que hubiera en la Edad Media en la Península, ninguno hablaba (todavía) sefardí.

Qué blanco era mi valle

El (gran) número de palabras que tienen los esquimales para referirse al color blanco o a la nieve es un lugar común en la lingüística pop, es bonito porque parece apuntar a algo muy intuitivo: que cada pueblo se especializa en nombrar aquello que es relevante en su día a día, pero tristemente no tiene mucha base real. Parece que todo comenzó con el trabajo del antropólogo Franz Boas que dijo (y alguien malinterpretó) que la lengua inuit tenía el mismo número de raíces morfológicas para hablar de nieve que el inglés, pero muchos sufijos que podían añadirle. Es decir, que los esquimales decían nievecilla, nievota, nievuzca, nievarro, nievezuca… Para referirse a nieve más gorda, más fina, más sólida, más líquida… ¿Y eso son palabras distintas o la misma palabra? ¿Eh? ¿EH? SAL Y ME LO DICES EN CALLE.

La CENCIA no puede equivocarse

Este tweet es uno de los más retuiteados del hilo y me aterra pensar en el porcentaje de gente que lo ha hecho pensando que es real.

No hay, ni por asomo, un concepto científico que pueda determinar la calidad absoluta de una lengua. Es algo ridículo y tan asquerosamente supremacista como intentar defender a través de la ciencia que tu raza o tu sexo son mejores que los otros.

Tampoco existen lenguas más antiguas que otras. El euskera o el lituano son lenguas de las que suele decirse que son antiguas, pero esto no tiene tampoco ningún significado serio. ¿El euskera es más antiguo que el castellano porque estaba en la Península antes que el latín? Bueno, es que entonces quizás no había euskera, sino la lengua madre del euskera, igual que el latín es madre de las otras lenguas peninsulares. Y el latín igualmente viene de un linaje igual de antiguo que cualquier otra lengua.

Podemos hablar de lenguas conservadoras. El lituano lo es: ha cambiado poquito (en comparación con otras lenguas) de su abuela el indoeuropeo. Pero ya está. Decir que una lengua es más antigua que otra es como decir que un linaje es más antiguo que otro. Nadie, remontándose en sus ancestros, se encuentra con que estos aparecen por generación espontánea, de la nada, mientras que los del vecino se remontan siglos y siglos en el pasado. Lo mismo pasa con las lenguas.

Criollo, creo yo

Cuando comunidades de lenguas distintas se ven obligadas a convivir y a entenderse, suele aparece un pidgin, un sistema simplificado de comunicación que sirve para salir del paso. Cuando esta convivencia se alarga y el pidgin se enriquece y empieza a ser la lengua habitual de las nuevas generaciones, entonces hablamos ya de una lengua criolla, es decir, una lengua mezcla de elementos de otras lenguas. Algunas de estas lenguas tiene hoy en día un estatus oficial, como el tok pisin en Papúa-Nueva Guinea, que empezó como un apaño pa salir del paso y ahora es lengua oficial en este país. El criollo haitiano es la lengua criolla con más hablantes (casi 10 millones) y goza de buena salud: una creciente implementación en el sistema educativo haitiano, una progresiva desestigmatización y una Akademi Kreyòl Ayisyen. Este macramé lingüístico esta formado por retales de francés, español, portugés, inglés, taíno y las lenguas africanas occidentales de los esclavos. Ahora que ya tiene una entidad y una presencia adultas, ¿no molaría que en algún lugar del mundo se mezclase con otra lengua y pariese una segunda derivada, un criollo del criollo, un inception de criollos? Esa era la fantasía del tuit.

This Sentence Is Not Written In English

Ciertamente el inglés es una lengua curiosa. Genealógicamente es germánica (como el holandés, el alemán, el danés, el noruego…) pero tiene muchas palabras procedentes del latín. ¿Cuántas? Según gráficos de quesitos superfiables de Google Imágenes, un 29% de las palabras inglesas vienen del latín.

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Pero, ojo, otro 29% viene del francés (y en francés casi todo viene del latín). Así que, redondeando, podemos decir que en torno a un 60% de las palabras del inglés (¡más de la mitad!) vienen del latín. Qué fuerte, eh. Precisamente, hay quien dice que el inglés podría considerarse una lengua criolla, fruto de la unión concupiscente de ingleses y normandos.

BONUS: El inglés jamás se ha considerado una lengua céltica. Jamás de los jamases. El inglés es germánica, aunque cohabita con muchas lenguas élticas (como el gaélico escocés, el gaélico irlanéds o el galés).

Los trapos sucios de la Expo

Por supuesto que esto nunca sucedió. Lo que sí que sucedió y aún sucede es el desprestigio del habla andaluza y de sus usuarios. A pesar de lo que hemos oído desde pequeños, no hay variantes mejores ni peores de una lengua. No hay acentos buenos ni malos. Lo siento, pero no. En ninguna lengua. Hay variedades prestigiosas (el castellano de Toledo, el inglés de la BBC, el bajo alemán…) que gozan de ese prestigio porque en un momento x un monarca, un gobierno, un loquesea decidió que así debía ser. Haber caído dentro o fuera de esa línea arbitraria del buen uso de una lengua es suerte. Los locutores de radio andaluces ya se cuidan ellos mismos de pasar de su habla materna al registro de prestigio cuando les ponen un micrófono delante sin que ningún gobierno los coaccione. Ninguna variedad de una lengua es mejor que otra. Ninguna variedad es una desviación (o todas lo son por igual). Ninguna variedad es fruto de la incultura o la estulticia de sus hablantes. Nadie debe ser humillado por hablar como hablan sus padres o su entorno. Hacerlo es hablismo (clique aquí para más información sobre el hablismo) y es una barbaridad (clique aquí para más información sobre el hablismo contra los bárbaros).

DMAX presenta KOALAS EN LA BIBLIA

Las lenguas semíticas (como el hebreo o el árabe) se escriben con abyads, es decir, alfabetos que carecen de vocales. Sus lenguas les permiten hacerlo. Igual que en spñol ns entndiams bn en lngj d sms, que apenas tenía vocales, para leer hebreo, el leyente tiene que aportar las vocales.

Esto causa curiosas e interesantes anécdotas acerca de traducciones y exégesis de textos mundanos y sagrados, ya que una misma secuencia de consonantes puede corresponderse con más de una palabra, dependiendo de las vocales que uno piense que debe llevar.

En el improbable caso de que los judíos del siglo VIII antes de Cristo hubieran visto muchos koalas, creo yo que el contexto hubiera ayudado a los traductores griegos a discernir con meridiana confianza cuándo se refería a un milagro del Todopoderoso y cuando a ese simpático marsupial.

Talk like an Egipcian

Esta historia se basa en la del faraón Psamético I, que, según nos cuenta Heródoto, llevó a cabo con un niño cuya primera palabra fue besok y que el faraón (o quien fuera de sus adláteres) interpretó como la palabra frigia para pan. Seguramente el experimento se realizó con poquita ciencia y muchas ganas de encontrar una resonancia remota con cualquier cosilla. Se han hecho otros experimentos similares, pero todos se mueven en la incómoda frontera entre la estafa y la tortura infantil.

Hoy en día, tenemos bastante claro que, para que un niño adquiera su lengua, debe estar expuesto a ella. ¿O no? En los años 80, el gobierno nicaragüense creó la primera escuela para niños sordos del país y, debido a un pésimo asesoramiento, se les intentó enseñar a hablar con alfabeto dactilológico (deletreando palabras con los dedos), lo cual fue un rotundo fracaso debido a que estos niños no tenían ni el concepto de palabra ni podían relacionar esos signos aleatorios con los sonidos de las palabras. Ellos solos desarrollaron una lengua a partir de cero, el ISN (Idioma de Señas de Nicaragua), que desde entonces ha servido como ejemplo a los lingüistas para decir que la adquisición del lenguaje es algo innato a la mente humana.

La constante mejora de las lenguas JA

Efectivamente el finés está de estreno: tiene nuevos artículos desde hace pocas décadas, pero no significa que el lenguaje se mejore. Ciertas características de las lenguas son pendulares: van de un lado a otro a lo largo de la historia. Esta podría ser una de ellas. No hay un fin. No hay una meta. Las lenguas cambian, pero no hay un sendero que recorrer hacia la perfección.

El mejor español del mundo

Es un mantra rancio y manido que muchos hemos oído desde pequeños: «el mejor español se habla en Valladolid». Pues tengo una sorpresa para vosotros: NO. Ya lo hemos explicado antes: ninguna variedad es mejor que otra. En Valladolid, eso sí, hemos tenido la suerte o la desgracia de hablar una variedad del castellano muy parecida al castellano estándar, cosa que el anterior gobierno municipal, encabezado por León de la Riva (un alcalde tan célebre como municipal), no dudo en explotar usando el eslogan «el mejor español del mundo» para atraer a estudiantes de español. Supuso una vergüenza indignante para los vallisoletanos, los lingüistas, los estudiantes, los profesores, la razón, el buen gusto y las nutrias.

Family Matters (especialmente sí es una familia rica)

Vladimir Nabokov era ruso. Nació en San Petersburgo en el coseno de una familia acomodada (en la riqueza) por lo que desde pequeño lo educaron trilingüemente: inglés, ruso y francés. Cuando tenía 20 años, su familia se mudó a Alemania donde seguramente adquirió nociones de la lengua de Conchita Wurst. Con 41 años se muda a Estados Unidos huyendo de la II Guerra Mundial. Así que sí, es peculiar que escribiera su obra más famosa en una lengua que no era la suya, pero es que también era la suya.

Gregory McGregor agrega greguerías

Las greguerías son frases cortas que expresan de forma original una idea, un chiste, una emoción… Ramón Gómez de la Serna es considerado su inventor y las cultivó a principios del siglo XX, dando a luz a moñoñeces tan empalagosas e irritantes como estas:

La luna es el ojo de buey del barco de la noche.

Cuando una mujer chupa un pétalo de rosa, se da un beso a sí misma.

Si no fuésemos mortales, no podríamos llorar.

Perdón si he herido la sensibilidad de algún leztor.

Algunas almas alegres al aliño alemán

En árabe el artículo (mira, estos sí que tienen artículo) es al, equivalente a nuestros el/la. Durante los ocho siglos que fuimos andalusíes, las lenguas romances incorporaron muchas palabras del árabe y en muchas ocasiones con el artículo incluido.

Es algo parecido a lo que han hecho los angloparlantes con El Dorado, al que llaman Eldorado, porque al oírlo no distinguían el artículo de lo demás.

Aun así, no todas las palabras que empiezan por al- en castellano son de origen árabe. Las mencionadas en el tuit son ejemplos de justo lo contrario. También hay palabras que no empiezan por al y son de origen árabe: azúcar, aceite, café, berenjena, naranja, zanahoria, ojalá, guitarra

Confusión marsupial

Aquí estamos ante un doble tirabuzón del troleo. Por supuesto que los nativos australianos no decían que «señalar es de mala educación», pero es que tampoco decían «no te entiendo». Esta leyenda urbana lingüística se ha extendido porque está muy bien traída, pero es falsa. Los nativos australianos entendieron bien lo que los invasores les preguntaban y contestaron en consecuencia: kangarú (un tipo de canguro – presumiblemente el tipo de canguro al que el inglés señalaba).

Sodoma y Gomera

Este tuit tenía una segunda parte en la que se dice que la «gomorría» era ser laísta y que por eso Dios destruyó la ciudad.

El laísmo es el uso extendido por algunas zonas de España (en Valladolid mucho) del pronombre «la» en función de complemento indirecto (en castellano estándar es «le»). En Valladolid decimos «la di un regalo» o «la preguntaré si va a venir».

Es uno de los puntos en los que el habla de Valladolid difiere del castellano estándar y es la tabla a la que se aferran muchos hablantes para criticar nuestra forma de hablar y decir que «nuestro español no es el mejor del mundo porque somos laístas». Bueno, es comprensible que nos tengan ganas, pero el argumento es incorrecto.

No es el mejor español del mundo, no porque seamos laístas, sino porque NO HAY VARIEDADES MEJORES QUE OTRAS. En serio: no hay variedades mejores que otras. Eso es hablismo. No hay variedades mejores que otras.

Antiguas colonias

Esta sandez tiene cierto sentido porque el signo de exclamación se usa para representar un fonema de tipo click que se encuentra en algunas lenguas africanas como el zulú. Además de representar al fonema en el alfabeto fonético internacional, también es una letra del alfabeto de algunos idiomas como el khoekhoe de Namibia.

Otras ortografias mas faziles i senziyas

Andrés Bello fue un lingüista venezolano-chileno que propuso una simplificación de la ortografía del español. En Chile fue la ortografía oficial durante 83 años (que no es poco), pero la abandonaron al ver que ningún otro país se sumaba al a rreboluzión.

Singular a dudas

Aunque en las lenguas de nuestro entorno lo habitual es que nos encontremos solo con singular y plural, lo cierto es que hay otras lenguas que tienen más números. El dual (para cuando las cosas son dos o van por parejas), el trial, el nular (para cero), etc. El lituano puede contener trazas de dual y nular, pero a día de hoy su sistema es prácticamente como el del español. El esloveno y el polaco sí que tienen dual, por ejemplo. Y no nos pillan tan lejos.

La realidad supera a la afición

Aunque la gracia de este tuit es la falacia formal, en 2013 se calculaba que había en el mundo unas 100 tribus por contactar. La mayor parte localizadas en Sudamérica, el centro de África y Nueva Guinea. Probablemente sus lenguas se parezcan a otras lenguas vecinas, pero serán lenguas nuevas para nosotros. Así que en esta ocasión la realidad supera a la ficción.

Shakespeare se traduce como Agitalanza

Por ahí circulan varias teorías acerca de la autoría de las obras atribuidas a Shakespeare. La más interesante desde mi punto de vista es la de que Francis Bacon escribió todas sus obras y que «William Shakespeare» no esa más que un pseudónimo.

“Knowledge is power. France is bacon.”

El género tonto

El pruso antiguo era un coñazo (en lo que a géneros se refiere) pues se conformaba con la trillada tríada de masculino-femenino-neutro. Sin embargo, su vecino el polaco tiene muchos géneros peculiares para ser una lengua indoeuropea: neutro, femenino y masculino para empezar y dentro del masculino inanimados y animados, y dentro de los animados, humanos y no humanos. Aunque parece que de algunos de estos géneros solo encontramos trazas, vale la pena reflexionar acerca de tanta subdivisión.

Otro caso curioso es de la lengua dyirbal, de los aborígenes australianos, que tiene 4 géneros (o mejor dicho: clases nominales), que son los siguientes:

1. Objetos animados y señores.

2. Agua, fuego, cosas violentas y señoras.

3. Frutas comestibles y vegetales.

4. Otros.

Toma ya. Y se quedaron tan panchos.

En vasco los géneros son dos: animado e inanimado.

El danés también tiene dos: neutro y común (masculino+femenino).

El bora (hablado en Perú y Colombia) parece tener 350 clases nominales, probablemente ostente el récord del mundo. (A no ser que pillemos alguna tribu de esas por contactar con el doble de clases nominales, eh, a que molaría).

Las lenguas de las manos

El primer dato es cierto: la LSE se habla en toda España excepto en Cataluña, donde se usa la LSC. La segunda parte no es cierta: ninguna lengua (ni oral ni signada) puede ser mejor o peor que otra.

Sodoma y Gomera parte II

El silbo gomero no es una lengua. Es un sistema de codificación de las lenguas orales. Como el código morse o el braille. Uno puede usarlo para hablar distintas lenguas.

Los expertos no te mentirían

La Epopeya de Gilgamesh es, efectiviwonder, la obra literaria más antigua que ha llegado hasta nuestros días. Podría remontarse hasta el siglo XXVI a. C., es decir, que tiene 4 500 años. La gracia de este hilito de tuits reside en aplicar criterios críticos modernos a una obra tan antigua.

cout << “Hola mamá” << endl;

Pues en lenguajes de programación todavía no, pero sí ha habido padres que han educado a sus retoños en esperanto e incluso en klingon, que tiene muchas salidas.

Esperanto a Godot

William Shatner (el Capitán Kirk de Star Trek) protagonizó Incubus, una película rodada en esperanto sobre la que pareció haber caído una maldición de la que él, afortunadamente, salió ileso. Su acento en inglés era ok, pero en esperanto… jejeje… en fin…

La que es verdad

Teniendo en cuenta que es una lengua artificial, en modesto crecimiento y que solo tiene unos 15 años, este tuit se posiciona como una de las pocas verdades de todo el hilo.

Gugu tata

Este tuit parodia teorías reales sobre el surgimiento del lenguage con nombres ridículos recogidas por Max Müller:

1. Teoría ma-ma: el lenguaje empieza juntando sílabas sencillas y luego se les otorga significado.

2. Teoría ta-ta: el lenguaje surge porque la boca acompaña al cuerpo en los movimientos.

3. Teoría bow-wow: el lenguaje nace como una imitación de sonidos naturales.

4. Teoría pooh-pooh: el lenguaje nace como interjecciones fruto de emociones como la sorpresa o el dolor.

5. Teoría ding-dong: el lenguaje tiene un componente simbólico que puede representar realidades físicas.

6. Teoría yo-heave-ho: El lenguaje comienza como cantos rítmicos asociados al trabajo duro.

7. Teoría sing-song: El lenguaje nace del jeugo, la risa, el arrullo, el cortejo y otras melocotonadas similares.

8. Teoría hey-you: El lenguaje surge para usarlo en su función fática.

9. Teoría hocus-pocus: El lenguaje surge como evolución de un ritual místico.

La realidad supera a la afición parte II

La gorila se llamaba Koko con ka. Aprendió no 200, sino 1 000 signos de lengua de signos y comprendía unas 2 000 palabras de inglés oral.

Un gin-tonic de Sapir-Whorf con mucho hielo, cuando puedas

La hipótesis real se llama Hipótesis de Sapir-Whorf y establece que existe una relación entre la lengua que uno habla y la forma en que uno piensa. Aunque es bastante difícil demostrar o rebatir semejante postulado, el sentimiento general a día de hoy es que no es cierto. La lengua puede ayudarte a determinar y memorizar ciertos conceptos, pero solo hasta cierto punto. Por ejemplo: disponer de nombres específicos para árboles puede ayudarte a recordar imágenes de ellos más fácilmente que si fueran árboles que no identificas.

Menos da una piedra

La Piedra Rosetta es una piedra que contiene un texto legal escrito en 3 lenguas: griego, demótico y egipcio antiguo. Su descubrimiento fue decisivo para poder descifrar los jeroglíficos egipcios.

No hay que confundirla con Rosa Parks, activista norteamericana que luchó por los derechos de los afroamericanos, cuya acción simbólica más popular fue negarse a cederle el asiento a un blanco en el autobús.

Dialectos inteligibles y teligibles

Este despropósito no tiene sentido alguno. Los dialectos son variedades de una lengua INTELIGIBLES ENTRE SÍ por definición. Ambos son parte de una misma lengua, por lo tanto no pueden pertenecer a dos familias lingüísticas. Sería como decir que estos dos conejos no pueden aparearse porque son de especies distintas.

Hola, soy la bárbara Bárbara y soy una huna.

Lo que en realidad querían decir los griegos es que lo bárbaros al hablar no usaban palabras de verdad, sino que solo balbuceaban diciendo bar bar bar. Así eran de hablistas, de xenófobos y de ilusos, que no concebían más lenguas que la suya propia.

MUY MAL, GRIEGOS ANTUIGUOS.

Kiki y Bouba, detectives privados

BoobaKiki

El experimento bouba-kiki consiste en presentar al sujeto estas dos formas y preguntarle cuál cree que se llama bouba y cuál kiki. Sorprendentemente la gran mayoría asigna bouba a la figura redondeada y kiki a la espinosa.

El español siempre es mejor

Ninguna lengua se lee como se escribe, aunque muchos hablantes nativos de cualquier lengua consideran que la suya sí.

En este caso podemos hablar de lenguas más o menos distanciadas de su escritura. Por ejemplo, el francés y el inglés tienden a ser más etimológicos y conservan elementos que no se distinguen en el habla, mientras que el castellano y el italiano están más al día.

Pero no te engañes: el castellano tiene muchas incongruencias en su escritura. La c y la g tienen dos sonidos (y la h si me apuras), tiene dígrafos (ll, ch, rr), sonidos con grafemas duplicados (g y j, b y v, c y z, q y k…), letras mudas (la h y la u después de la q)… en fin…

De las lenguas que conozco, el lituano, el estonio y el alemán están más cercanos a su grafía que el castellano. Y en el otro extremo, con el inglés y el francés, tenemos al danés que, mae mía.

¡Pues debería ser así en todos los colegios!

No me negaréis que esta no tiene gracia. Cuesta darse cuenta de que un ciego no puede aprender con facilidad la lengua de signos.

Ahora en serio, ¿cómo se comunican un sordo y un ciego? En principio puede que no haya demasiado problema: actualmente la mayoría de los sordos saben hablar (aunque sea un poco) en lengua oral, así que el ciego puede oírle. El ciego sabe hablar perfectamente y el sordo puede leerle los labios (habilidad que todos desarrollan por pura supervivencia).

También hay un lenguaje táctil que usan los sordociegos para el que es necesario, obviamente, mantener las manos en contacto.

¡Alto! ¿Qué hacen los gatos cuando están agustito?

Existe el concepto de «shibbolet» (palabra de origen hebreo), que se refiere a una palabra o uso de la lengua que te delata en cuanto a tu origen geográfico o social.

Tiene una triste historia de uso en conflictos militares. Durante la Masacre del Perejil (República Dominicana) sirvió para identificar a los haitianos (que pronunciaban las erres a la francesa) y, mira tú por dónde, masacrarlos.

Un miembro ilustre de las letras hispánicas

Aquí se me fue un poco la olla, jeje.

¿A que no hay cojones a escribir una novela de terror?

En 1816 el volcán Tambora de Indonesia expulsó a la atmósfera cenizas y otras partículas que redujeron la entrada de rayos solares en la Tierra por lo que el verano fue inusualmente frío. Mary Shelley estaba en Suiza de visita en casa de Lord Byron.

Como eran todos así muy románticos (en el sentido decimonónico de la palabra) pasaron la noche leyendo historias de terror y Lord Byron retó a Shelley, a su marido (de ella) y a su médico (de Byron) a escribir sendas historias de terror.

De esa noche, Shelley sacó la idea para su Frankenstein y John Polidori (el médico), escribió una historia de vampiros, precursora de Drácula.

También inventaron whereas y nevertheless

Pues sí, amigus, el inglés tiene algunos animales duplicados, pero no son el mismo animal, claro está.

Es un error pensar que dos lenguas son un listado biunívoco de términos en el que buscas gato y te devuelve cat y buscas cat y te devuelve gato.

No, la vida no es tan fácil. Los términos se superponen y se enredan unos en otros generando una melé semántica que poco tiene de sencilla.

Por ejemplo, dove es una paloma blanca, como la paloma de la paz y también son doves las palomas mensajeras, mientras que pigeon es la paloma fea de ciudad, la rata del aire.

Tortoise es la tortuga de tierra, turtle la de agua.

¿No hablas franćes? Pues oc.

El occitano es una lengua natural de todo el sur de Francia y de la pintoresca comarca del Valle de Arán en Cataluña: una minoría lingüística dentro de otra minoría lingüística.

Cuenta con menos de un millón de hablantes, aunque la región cuenta con 15 millones. Y es que en España se han hecho cosas muy malas con las lenguas minorizadas, pero en Francia la cosa está mucho peor. El centralismo avasallador y la falta de iniciativas para revitalizarlas ha condenado a lenguas como el occitano o el bretón a ser meras curiosidades turísticas.

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Wonder Woman contra el Síndrome de Trinity

Hoy he quedado con mis amigos para ir al cine y hemos visto Wonder Woman. No íbamos con grandes expectativas, pero esta es una de esas películas que hay que ver porque todo el mundo las ve.


Yo ya cuando veo una americanada de estas me planteo si es susceptible de protagonizar una de mis críticas de triunfa el hamor, donde hago un poco de mofa de las incongruencias de la trama, los tópicos y estas cosillas. Wonder Woman tal vez podría haberlo sido (tal vez casi cualquier película pueda llegar a serlo), pero creo que tiene otras cosas mucho más interesantes de las que hablar.

Yo le he puesto un 7 en Filmaffinity y soy un firme defensor de la subjetividad en la valoración de las películas. Yo no estoy puntuándola como obra de arte, ni como evento cultural, ni como espectáculo de entretenimiento… Es más bien un poco de todo. Seguro que tengo alguna película mala con una buena puntuación (por el motivo que sea: un actor que me encanta, un tema que me interesa, un buen recuerdo que tengo asociado a ella…) y, al revés, también tendré películas buenas con mala puntuación (ok, será una obra maestra, pero cuando yo la vi, en mi contexto, no fue todo lo que prometía).

Y, diantres, Wonder Woman tiene planos muy bonitos. La estética en general está muy bien. Ya va siendo hora, también os digo, de que hagamos más películas de la I Guerra Mundial, que la Segunda y la Civil las tenemos más machacaditas. Me gusta la isla esa en la que viven, el avión grandote del final, la pinta de Elena Anaya…

A principios de este año, Sara Flores, una muchacha con muy buena intención emprendió una campaña por que la RAE retirara del diccionario su definición de «sexo débil», que define como «conjunto de las mujeres».

En Twitter ya defendí mi oposición rotunda a que esta definición desapareza del diccionario. La RAE parece que ya para su próxima edición incluirán una etiqueta advirtiendo de lo inapropiado del término (ya era hora), pero en la versión web aún (julio de 2017) está la definición a palo seco (muy mal).

Es ridículo pensar que, por quitar una entrada del diccionario, los hablantes vamos a dejar de usarla, como si se borrara mágicamente de nuestras mentes. Esa definición debe seguir ahí porque la gente o bien la seguirá usando o bien se la seguirá encontrando en documentos de cuando sí se decía.

Las generaciones venideras necesitan poder entender un texto en el que aparezca «sexo débil» y tienen que saber que se refería al sexo femenino. Etiqueta de que es discriminatorio, genial. Etiqueta de que está en desuso, ojalá. Que los casos atestiguados sean tan pocos y tan irrelevantes que acabe desapareciendo del diccionario, ojalísima. Pero de momento la necesitamos ahí.

Borrar el machismo de la Historia es propio de un revisionismo orwelliano que da muy mal rollo, una manipulación de la historia y del lenguaje que no le deseo a ninguna sociedad. Invisibilizar la opresión no puede traer nada bueno.

Y todo esto viene a que es posible que, efectivamente, las generaciones venideras no entiendan el machismo, el racismo o la homofobia. Aunque quede mucho por andar en todos estos temas, hemos avanzado y eso es motivo de un atisbo de alegría.

Hace ya unos años, alguien de Twitter (no recuerdo quién eras, lo siento) comentó la siguiente escena: Este tuitero estaba viendo la tele con su hija pequeña (4 o 5 años) y salían imágenes de la boda de Pedro Zerolo. El padre aprovechó para comentar con su hija «¿Sabías que antes dos chicos no podían casarse?». La niña se giró sorprendida y preguntó «¿Por qué!».

Mi generación carga con mucha menos homofobia que la de mis padres, pero la de esa niña sale con mucha menos que la nuestra. A esta niña habrá que explicarle (no sé si este tuitero lo hizo en aquel momento) cómo eran las cosas antes, hablarle de cuando el matrimonio no era igualitario y quizás también de cuando había un sexo débil.

Yo mismo me descubrí en una parecida siendo ya mayorcito (veintimuchos) viendo 11.22.63, una serie sobre el asesinado de Kennedy en 1963. En ella una mujer va a una gasolinera a llenar el depósito y el encargado se niega a atenderla. Yo no entendía por qué. Me parecía demasiado sexista incluso para los 60. Tardé todavía unos segundos en darme cuenta de que el problema no era el sexo, sino la raza: el encargado no servía a negros para no perder su buena reputación. Y si para mí esa clase de discriminación queda tan lejos, ¿cómo de lejos no quedará para la hija de ese tuitero?

Y aquí llega Wonder Woman, película muy esperada por el feminismo, la primera gran superproducción de superhéroes con protagonista femenina. Hay quien la ha criticado por ser demasiado mala (como casi todas las pelis de superhéroes) y quien ha salido en su defensa arguyendo que a las mujeres (y a las películas de mujeres) se les exige siempre más.


Mi opinión: no es una obra maestra (aunque es mucho mejor que su predecesora Batman v. Superman), pero tiene ciertas prendas.

Y sí, podemos decir que tiene un espíritu feminsita (aunque se quede corta, nunca se puede tener todo, desde SubetealaNutria seguimos rezando por una Wonder Woman chubby y sin depilar) que se manfiesta de varias formas: Por supuesto que pasa el Test de Bechdel, la protagonista es una mujer fuerte e independiente y huye (acaso invierte) el temido Síndrome de Trinity.

El Síndrome de Trinity aqueja a varias coprotagonistas femeninas como Trinity de Matrix, Hermione de Harry Potter, Lucy de la Legopelícula, la Tigresa de Kung Fu Panda, Nala de El Rey León o Hit Girl de Kick Ass. Todas ellas son mujeres fuertes, independientes, inteligentes, sensatas, poderosas y han dedicado un enorme esfuerzo a hacer el bien, pero de repente llegan sus coprotagonistas masculinos (que, por lo que sea, son algo así como elegidos, ungidos, predestinados, etc) y sin tanto esfuerzo ni tanto compromiso consiguen ser más poderosos y resolver la situación.

En Wonder Woman es Wonder Woman la que llega “caída del cielo” y es “la elegida”, a pesar de todo lo que ha luchado el chico por parar la Guerra. Sin embargo tampoco podemos decir que no se lo haya currado la muchacha, eh, que el entrenamiento por el que pasó fue muy duro.

Otra de las grandes ideas es lo bien aprovechada que está la historia de Wonder Woman para darle a la película una perspectiva de género. Para quien no lo sepa, Wonder Woman es una amazona que ha vivido feliz toda su vida en la isla mágica de las amazonas donde no hay hombres. Ella se cría en una burbuja y cuando llega al mundo real, se encuentra con la sociedad de principios del siglo XX y tiene que ir descubriendo por sí misma toda la mierda que esconde.

¿Os suena de algo? Wonder Woman es esa niña que pregunta que por qué no se pueden casar dos chicos, que por qué no le llenan el depósito a esta buena señora y que por qué pone aquí «sexo débil» y que el sexo débil cuál es.

Para muchos niños esta habrá sido una de sus primeras películas de superhéroes. Para muchos niños el viaje de Wonder Woman es su propio viaje fuera de su burbuja: descubrir la opresión, el feminismo y sus primeras gafas moradas. Lástima que esta película transcurra casi por completo durante la I Guerra Mundial, porque yo tengo ganas de ver a esta Wonder Woman en nuestro mundo actual.

Es cierto que esta clase de superproducciones son productos muy precocinados, muy plegados a las exigencias del mercado y con poco margen para la creatividad, pero si querían hacer algo un poco más feminista, creo que lo han conseguido y muy bien. ¿Podría serlo más? Por supuesto, pero es Hollywood, no podemos pedirle peras al olmo. ¿Podría serlo menos? También. Por eso (y porque es muy entretenida), Wonder Woman tiene mis sietes

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5 preguntas sobre Juego de Tronos 7×01

Ante la avalancha de preguntas sobre el último capítulo de Juego de Tronos, me veo obligado a escribir un post en el que poder analizarlas una por una y explicarlas, para que no os perdáis ni un detalle de vuestra serie favorita (y tampoco de Juego de Tronos).

ESPÓILERES DESDE YA.

1. Aceptamos que Arya pueda cambiar su rostro, pero, ¿cómo es posible que cambie su voz y su constitución?

La voz es una de las 12 disciplinas del entrenamiento que Arya recibe en Braavos en la Casa de los Rostros. Aunque este detalle no aparece en la serie, sí está presente en los libros. En la Academia, Arya aprende Rostrificación, Esgrima, Costura y Disfraz I, Costura y Disfraz II, Inglés para Asesinos, Derecho Administrativo, Fundamentos del Ardid y la Triquiñuela, Sigilo, Nuevas Tecnologías aplicadas a la Venganza, Interpretación, Canto y, hete aquí, Vocalización.

La constitución y el tamaño de su cuerpo puede cambiar a su voluntad también. Es lo que técnicamente se conoce como “El principio Mortadelo” y que se aplica aquí en su máxima extensión.

2. ¿Por qué Jon Snow es el Señor de Invernalia y no Sansa Stark? ¿No tiene ella más derechos? ¿Qué jurisprudencia de mierda sustenta este despropósito?


El ordenamiento jurídico vigente en Invernalia, como en todos los Siete Reinos, se basa en el Derecho Valirio. En los Decretos Panponientinos del rey Daeron II el Bueno, se especifica claramente que el heredero de cualquier título nobiliario es el hijo de mayor edad primando los varones sobre las mujeres (quedan explícitamente excluidos los hijos naturales). Dado que Robb ha muerto y Bran y el otro están desaparecidos, el trono de Invernalia debería pertenecer a Sansa y en ningún caso a un hijo ilegítimo. En caso de que los 5 hijos legítimos de Eddadrd Stark murieran, el trono pasaría a su hermano y sus descendientes, luego a sus primos, primos segundos, etc.

Entonces, ¿cómo es que Jon Snow ostenta los títulos de Señor de Invernalia y Kingingdenoth? El caso de Jon es un caso particular, ya que no llegó al trono de la manera tradicional. Su candidatura viene apoyada por más de una veintena de partidos, asociaciones y plataformas ciudadanas entre las que destacan: Invernalia en comú, Ganemos el Norte, Stark en Marea, Poniente sí que es pot y Villatopemos.

3. Joder qué asco el pobre Samwell, ¿por qué le tienen trabajando tanto?

El joven Tarly aún está formándose como maestre, lo cual incluye un periodo de prácticas no remuneradas, orientadas a familiarizar al aspirante con el mercado laboral y facilitar su futura inserción en este. Las tareas que le encomiendan no deben ser, en ningún caso, tareas que deberían cubrirse con otro puesto de trabajo, sino que han de estar enfocadas a la formación del candidato.

A pesar de las polémicas recientemente suscitadas con los escuderos stagers, el sistema ha demostrado ser altamente efectivo, ya que provee a los jóvenes de la experiencia necesaria para saber que la vida es una mierda.

4. ¿De quién es la casa a la que llegan el Perro y la Hermandad Sin Estandarte?

Al entrar en la casa descubren dos esqueletos congelados, uno grande y otro pequeño que, equivocadamente, confunden con un padre y una hija. En realidad son los cuerpos sin vida y ya putrefactos de Bertín y Arévalo. La casa es un apartamento alquilado por laproductora de su espectáculo a través de la web de AirBnB. El espectáculo siguió en cartel varios meses después de este incidente hasta agotar las actuaciones contratadas con los dos artistas siendo sustituidos por un saco de patatas y un mapache muerto, los cuales han recibido muy buenas críticas en medios nacionales e internacionales.

5. ¿Por qué Daenerys no se sienta en el trono de Rocadragón?

Daenerys es una dama de noble cuna que nunca se sentaría en un trono tan sucio que lleva eso ahí cerrao cogiendo polvo ni se sabe. Cierto es que en su etapa de mochilera a lo largo y ancho del Mar Dothraki la hemos visto acostumbrada un nivel de higiene mucho menor, semejante al de su Erasmus en Qarth, pero también es madre de dragones y una madre no puede permitirse según qué niveles de mugre. 

UPDATE: @adrimahlad de Twitter nos recuerda que Rickon está moñeco también.

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Destripando Westworld

Esto no va de Westworld. Esto no va de robots. Esto no va de personas que se encuentran a sí mismas en una vorágine de violencia. Ojalá pudiera dar una idea más conexa y menos deslavazada sobre mis impresiones de esta serie de HBO, pero tengo demasiados frentes abiertos. Este post va de por qué Westworld mola y ya está.

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No es mi intención analizar Westworld como una obra completa, fijándome en cada apartado técnico y creativo. Sobre eso, ya hay mucho dicho. Este post trata los temas presentes en esta obra pero contiene detalles menores de la trama.

DEL ANTIGUO TESTAMENTO A BIG HERO 6

Me alegra mucho ver que la ciencia ficción está vigorosa y de moda entre todo tipo de públicos. No hay que remontarse tan atrás para verla relegada al ostracismo de las revistas pulp, la literatura juvenil y la serie b. Eso sí, cabe la posibilidad, y lo digo con todo el miedo del mundo, de que este género sea el único género relevante.

Tenemos muchos temas recurrentes en la ciencia ficción: el espacio, los extraterrestres, los robots, los viajes en el tiempo… Pero si hay algo que une a todos ellos es el protagonismo de la ciencia y, siendo un poco reduccionistas, podríamos decir que el advenimiento de la ciencia es el Tema, el único, todopoderoso y fantasmagórico Tema.

La Revolución Neolítica fue un cambio traumático y radical. Hace unos 9 000 años, el ser humano abrazó la vida sedentaria y la agricultura y empezó la división del trabajo. Aquello supuso un impulso importantísimo a nuestra cultura y tecnología. Lo puso todo patas arriba y, para hacernos una idea de cuánto, podemos recurrir al símil saganiano del año.

Imaginemos (para poderlo entender) que la historia de la vida en la Tierra ha durado un año. El 1 de enero a las 00:00, aparece la primera célula. El 31 de diciembre a las 24:00, es ahora. Pues bien, después de días y semanas y meses de historia de la vida en la Tierra, el último día del año, a las 23:28 aparece el género homo. Es decir, nuestro género biológico. Aunque aquel primer simio todavía era muy distinto a nosotros. El homo sapiens aparece a las 23:57:30, cuando solo quedan dos minutos y medio para la media noche.

El género homo es algo nuevo para la vida y el ser humano también. La Revolución Neolítica acaece a las 23:59:53, a 7 segundos de la media noche. Y sólo a 15 centésimas de segundo de la media noche, en el último sexto del último segundo de la última hora, llega la Revolución Industrial.

Ambas revoluciones suponen un cambio radical en la concepción del mundo. Y culturalmente parece que nos quedan trazas de recuerdos de cómo era aquella vida perdida en la noche de los tiempos, de todo lo que ganamos y de todo lo que perdimos. Parece que el cambio es irreversible. Y también parece que no es gratis.

Si quieres progreso y seguridad, hay que pagarlo. Esto lo reflejamos en mitos como el de Prometeo, un titán que roba el fuego (la ciencia, la tecnología) de los dioses y Zeus a cambio envía a la Tierra la caja de Pandora, desde la que se liberan todos los males del mundo (la guerra, la enfermedad…). También está en el Génesis bíblico, en el que Dios prohíbe a Adán y Eva comer la fruta del Árbol de la Ciencia. Antes de comerla, ellos vivían felices en el jardín del Edén, comiendo lo que la naturaleza les ofrecía (como cazadores-recolectores), pero tras comerla se ven desnudos por primera vez, y son expulsados del paraíso y condenados a “ganarse el pan con el sudor de su frente”. Es decir, deberán trabajar para comer.

Ambos mitos aluden a una realidad previa, feliz, en contacto con la naturaleza, y ambos presentan un castigo al saber. Ambos mitos reflejan el precio que pagó el hombre al abrazar la ciencia.

Con Prometeo y Adán y Eva vemos una primera narrativa científica, una crítica a la ciencia, una moraleja sobre los peligros de jugar a ser dioses en lugar de animales. El ser humano irremediablemente está moviéndose siempre en esa línea borrosa entre Zeus y un chimpancé. Podríamos llamar a estos relatos ciencia ficción en el sentido de que es ficción científica (que sería la traducción correcta del inglés science fiction), pero el término ciencia ficción nos pide que, además de científica, sea especulativa.

Para encontrar ficción científica y especulativa tenemos que esperar hasta el siglo XIX donde florecen los relatos inspirados por la nueva revolución industrial. En 1818 Mary Shelley escribe Frankenstein (cuyo subtítulo, no lo olvidemos, es El moderno Prometeo), considerada por muchos como la primera historia de ciencia ficción. En ella, el doctor Víctor Frankenstein crea un ser humano a partir de partes de cadáveres, se horroriza ante la monstruosidad de su creación y finalmente es acosado y perseguido por ella hasta el fin de sus días.

De nuevo, el mismo esquema: alguien que vive feliz siguiendo las tradiciones utiliza la ciencia con un propósito en principio noble y, por culpa de su falta de miras, el resultado se vuelve contra él y es condenado para siempre a sufrir las consecuencias, siendo imposible volver atrás.

Un siglo después, en 1920 Karel Čapek escribe RUR, considerada por muchos la primera historia sobre robots. Aunque durante la edad media y la edad moderna habían existido los autómatas (y algunos de ellos muy complejos), es esta obra la que les dota, por primera vez, de capacidad intelectual. En ella, los robots fabricados por la compañía de Robots Universales Rossum (RUR) se rebelan contra sus amos y acaban destruyéndolos.

Čapek se hace eco en su obra de los movimientos antitecnológicos de la Revolución Industrial en los que los trabajadores protestaron contra la existencia de máquinas aduciendo que les quitaban el trabajo.

Permítaseme aquí un pequeño inciso. La tecnofobia está lejos de haber sido superada. He escuchado a menudo a gente de mi generación quejarse de que las cajas de autopago en las tiendas eliminan puestos de trabajo, de que los programas de traducción amenazan la profesión de los traductores e intérpretes… Y en parte tienen razón. Las máquinas nos facilitan el trabajo, eso es innegable, pero la carga que alivian no se reparte igual entre los diferentes estratos de la sociedad y ahí está el meollo. La sociedad en su conjunto se ha vuelto más productiva, pero las relaciones de poder se han vuelto más injustas. Esto es probablemente lo que pasó en la Revolución Neolítica y en la Industrial.

El miedo de los obreros a quedarse sin trabajo se convierte en RUR en miedo de la humanidad a desaparecer. En RUR las máquinas han dejado de obedecernos, se han vuelto díscolas y han emprendido su propio camino. Es lo mismo que hace Prometeo con el fuego de los dioses, o lo que hacen Adán y Eva con el Árbol de la Ciencia. En ambos casos las creaciones se rebelan contra sus padres. Frankenstein y RUR innovan porque los humanos ya no somos los creados, sino los creadores. Y, paradójicamente, en vez de castigar al monstruo o a los robots, son ellos quienes nos vencen. En todos los casos el delito es jugar con la ciencia y el veredicto es la condena. Da igual si viene de nuestros creadores (Dios, Zeus) o de nuestras creaciones (Frankenstein, robots).

En esta misma década, en 1927, Fritz Lang dirige la película Metrópolis, ambientada en una distopía futurista donde las diferencias sociales son enormes. Los ricos viven en altas torres y los pobres están condenados a trabajar como esclavos en el subsuelo. La trama trata del alzamiento de estos y de la creación de un robot con forma de mujer, María, que se infiltra entre los ricos y los lleva a la perdición. Aquí es interesante ver el papel de la mujer: Tanto Eva como Pandora como María son símbolos del precio que se paga por el conocimiento.

Durante el siglo XX la ciencia avanzará vertiginosamente y cada nuevo avance científico traerá consigo un nuevo miedo y una nueva ficción fantacientífica. La energía atómica nos deja Chernóvil e Iroshima en el plano de la realidad y Godzila y un sinfín de insectos gigantes en el plano de la ficción. Godzila precisamente es una metáfora algo tosca: Un poder destructivo que viene del Océano Pacífico, despertado de pronto, aunque siempre estuvo ahí, como la energía del núcleo atómico.

La conquista del espacio nos trajo algunos disgustos, como el Challenger, pero también innumerables obras de ficción, como 2001: Odisea en el Espacio que, curiosamente, relaciona el surgimiento de la inteligencia con el surgimiento de la violencia. De nuevo, es el precio que pagamos por saber. Y no podemos olvidarnos de Hal 9000, el ordenador de abordo que se vuelve contra sus creadores.

La televisión y los medios audiovisuales nos trajeron Poltergeist y La naranja mecánica; la realidad virtual, Matrix y Desafío Total; la inteligencia artificial, Terminator y Her; la genética, Gattaca y Parque Jurásico; la relatividad del tiempo, Minority Report y Doce Monos; el cambio de nuestro entorno Waterworld e Hijos de los Hombres; las redes sociales y las nuevas formas de comunicación, Black MirrorCualquiera de los mundos presentados en estas obras es como poco inquietante y en muchos casos aterrador.

Sabemos que nos acercamos a un punto de inflexión, una singularidad, una nueva revolución, probablemente liderada por las inteligencias artificiales que nosotros mismos estamos creando.

Ray Kurzweil predijo esta singularidad de la siguiente manera: las computadoras se irán volviendo cada vez más inteligentes a medida que las vayamos perfeccionando hasta que llegue un día en que una computadora sea tan inteligente que pueda ella misma diseñar a su sucesora sin necesidad de ayuda humana. Una vez que esto ocurra, la nueva computadora, aún más inteligente que la anterior, podrá diseñar a la siguiente generación y esta a la siguiente, y esta a la siguiente. El propio Kurzweil estima que el advenimiento de la singularidad tendrá lugar en torno a 2045. Autores menos optimistas retrasan esta fecha 5 o 10 años.

ROBOTS BUENOS Y ROBOTS MALOS

Después de los primeros pasos en la ficción con robots (Frankenstein y RUR), la palabra y el concepto de robot vino para quedarse. La primera mitad del siglo XX nos dejó montones de obras con robots en los que, normalmente, ellos eran los malos. Y funcionaba, claro que funcionaba: a lo largo de la historia, siempre que un ser sintiente crea a otro, le sale el tiro por la culata. Así le pasó a Dios con Adán, al Ravino con el Gólem y, si queremos, a Cronos con su hijo.

¿Por qué nos gustan las historias de robots malos? ¿Tenemos miedo de la ciencia? ¿O tenemos miedo de nuestras creaciones? O, lo más aterrador: ¿Tenemos miedo de nuestra prole?

A nivel de especie, los robots serían algo así como nuestros hijos, y una vez creados, no salen como esperábamos, se rebelan contra nosotros y cumplen la profecía edípica de matar al progenitor. Los robots nos dan miedo porque no han salido como nosotros esperábamos. Y éste es uno de los terrores más arraigados en la era de la neurosis postindustrial.

Aquí es donde entra la figura de Isaac Asimov, que escribió páginas y páginas sobre historias de robots en novelas y relatos cortos. Asimov publicó su primera historia de robots en 1939 (Robbie, un título que hasta al propio autor le daba grima). Asimov dio un giro al tema y se paró a pensarlo un poquito (cosa que no habían hecho los anteriores creadores de películas de serie b con robots asesinos por doquier). Se dijo: si la humanidad va a crear robots, ¿cómo debería hacerlo para que estos no se rebelaran contra ella? Y fue entonces cuando le fueron inspiradas las famosas 3 leyes de la robótica y de paso la propia palabra robótica. Estas eran:

1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.

3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley

En alguna ocasión, Asimov dijo que al fin y al cabo estas leyes son las leyes ideales que le aplicaríamos a cualquier herramienta hecha por los humanos. Diseñamos nuestros instrumentos de forma que no nos hagan daño, nos obedezcan y se estropeen lo mínimo.

En las novelas de robots de Asimov, estos cumplen las leyes de la robótica y nunca hacen daño a los humanos. En estas historias los robots son siempre buenos. Esto puede parecer una tontería, pero es la innovación que aporta a la ficción con robots. Asimov es un humanista y cree en la inteligencia y la bondad últimas de la humanidad y, por ende, de sus creaciones. En sus novelas (pequeño spoiler) hay muchos hombres malos, pero nunca un robot malo.

En los últimos años han aparecido muchas películas buenas de robots como Eva (2011), Autómata (2014), Big Hero 6 (2014), Ex Machina (2015), Uncanny (2015), Chappie (2015) y alguna más que me dejaré. Todas ellas son asimovianas en el sentido de que mantienen la tradición del robot bueno. Y permítaseme remarcar que son mucho más asimovianas que la infame Yo, Robot (2004) que tiene al pobre Isaac revolviéndose en su tumba desde su estreno. Estos robots de última generación son buenos, pero todos tienen algo en común: todos son víctimas. Los seres humanos no destacamos por nuestra bondad hacia otros seres, ya sean animales, vegetales o positrónicos (los cerebros robóticos en las novelas de Asimov no eran electrónicos, sino positrónicos), y de igual manera que les hicimos la vida imposible a los neanderthales, a los gorilas y a los humanos que nos encontrábamos por ahí y eran distintos a nosotros (en religión, raza, sexo, sexualidad…), muchos autores consideran determinísticamente inevitable que acabemos puteando también a los robots.

La película original de Westworld, de 1973 no innova demasiado. Muchos ven en esta obra de Michael Chrichton un calentamiento para Jurassic Park (ambos son parques de atracciones en los que a las atracciones les da por matar humanos) pero la premisa estaba llena de posibilidades inexploradas que se fueron abriendo paso en su secuela Futureworld (1976), en la serie Beyond Westworld (1980) y ahora en Westworld (2016) de la HBO.

Los robots de Westworld (2016) no terminan de encajar en ninguna de las categorías anteriores. De hecho, parte del encanto de la serie es ir descubriendo qué clase de robots tenemos ante nuestros ojos: porque estamos acostumbrados a que nos den las cosas masticaditas y esto supone un reto.

Si tenemos que quedarnos con dos ideas, rescatemos estas: los anfitriones (es el término políticamente correcto para llamar a los robots) son conscientes (de hecho, el espectador empatiza con sus sueños y sus emociones como si de un personaje humano se tratara) y son víctimas (existe un aparato de explotación del que no pueden escapar). Así que, vista la situación, ¿quién nos genera más empatía? ¿El opresor que es humano o el robot que es oprimido?

MI MARIDO NO ES MI MARIDO

En 1956 se estrenaba en EEUU La invasión de los ladrones de cuerpos. En esta cinta de ciencia ficción de presupuesto ajustadito se cuenta la historia de unos extraterrestres que se meten en tu cerebro y controlan tu cuerpo de tal manera que nadie puede ver que realmente tú no eres tú. ¿Nadie? Bueno, sí, las personas más cercanas se dan cuenta del cambio y acuden al médico al grito de «mi marido no es mi marido». En un principio, el facultativo se pone expedir diagnósticos del Síndrome Capgras que se define así: «la idea delirante de que otras personas, normalmente muy cercanas al paciente, han sido reemplazadas por dobles exactos, que son impostores».

La película aterró a las audiencias de la América paranoica con la Guerra Fría, donde tu marido podía ser un comunista sin que tú lo supieras. El vecino que siempre saluda, el vivaracho panadero, la solícita ama de llaves, la mejor amiga de tu hija… En aquel momento todo el mundo podía ser el enemigo.

Tristemente este miedo se sigue alentando en nuestra sociedad y en series como Homeland (2011) vemos cómo mi marido puede convertirse en un terrorista yihadista.

Aunque menos arraigados, estos argumentos no son nuevos. Encontramos cylons (robots insurrectos) infiltrados entre los humanos de Battlestar Galactica (2004) y cerca del 30% de los episodios de la serie original de Star Trek (1966) tratan de un espíritu, clon, extraterrestre, robot, presencia, droga o hipnosis que suplanta a Kirk o a Spock y el resto de la nave tiene que plantarle cara.

Tal vez su origen esté en las novelas de crimen y misterio: Conan Doyle, Agatha Christie y compañía. Por muy encumbrados que les tengamos hoy en día, en su momento se les consideró literatura menor por tratar de temas morbosos y poco o nada relevantes, ya que lo bonito era escribir sobre grandes sentimientos o grandes gestas, no de los pormenores de un homicidio. Y sin embargo se daba a menudo la situación de que el culpable se encontraba camuflado entre los personajes inocentes, sin dejar entrever su verdadera naturaleza.

Además de asesinos, entre nosotros puede haber inmortales, agentes Smith, vampiros, brujas y robots. En Wetsworld es importante aprender a distinguir entre hombres y robots. Es más, aunque en la primera Westworld (1973) la trama era más simple que el mecanismo un botijo, los protagonistas dan con un método para distinguir a los hombres orgánicos de los electrónicos: las manos. Al parecer la tecnología no supo reproducir con fidelidad la mano humana. En la versión moderna eso no aparece: no hay pistas, no hay ayudas. El espectador, como cualquier otro huésped, debe aprender a distinguirlos por sus propios métodos.

El público ya no está viendo Blade Runner (1982), donde Harrison Ford se dedicaba a hacer largos y complejos tests de empatía a la gente para saber si son robots o no. Ahora el público es Harrison Ford y tiene que diagnosticar la humanidad o la robocidad de los personajes por su cuenta.

Como ya he dicho, la primera Westworld pecaba de simple, pero su secuela, Futureworld (1976) incluía (PEQUEÑO ESPÓILER) un giro muy interesante: No solo los personajes del parque temático eran robots, sino que algunos de los trabajadores que los controlaban también lo eran, desencadenando por primera vez en nuestra saga el miedo de Mi marido no es mi marido.

LA HABITACIÓN CHINA

«¿Por qué le pones ropa?», dice en una escena de Westworld el personaje de Anthony Hopkins a un técnico trabajando. «¿Para que no pase vergüenza? No pasan vergüenza. No tienen sentimientos. No son humanos», dice refiriéndose a los robots.

Y es que para pasarlo bien en el parque Westworld tienes que creer en esa premisa de que los robots carecen de sentimientos pero, según avanza la trama, uno empieza a dudar que sea verdad. Nuestra empatía natural nos hace verlos como seres humanos. Lo hacemos con muñecos de peluche y representaciones artísticas claramente inertes, ¿cómo no lo vamos a hacer con robots que se mueven y nos hablan?

La esencia de la consciencia es otro de los temas que nos acompañan en la serie. De hecho, es un tema que da para mucha reflexión. ¿Cómo y cuándo pasa la materia inerte a ser una entidad con consciencia? Por mucho que la busquemos, la frontera no está clara y la ciencia aún no tiene respuestas ni remotamente satisfactorias.

Existe el famoso test de Turing, la prueba para dictaminar si una máquina es inteligente o no y que funciona de la siguiente manera: un ser humano se pone a hablar con una máquina y si no se da cuenta de que lo es (o no la puede distinguir de entre otros humanos), entonces la máquina pasa el test. Ahora mismo diría que Cleverbot pasaría la prueba sin problemas. Podéis intentarlo en Omegle o alguna plataforma similar.

Pero que Cleverbot pase el test de Turing, ¿significa que Cleverbot es inteligente? ¿Es acaso consciente? Para refutar esta idea, el filósofo John Searle planteó el siguiente experimento metal conocido como La habitación china. Un hombre chino conversa en mandarín con un ordenador (o lo que él cree que es un ordenador) y decide que no puede saber con certeza si al otro lado hay un ser humano o una CPU, por lo tanto, habría pasado el Test de Turing. Sin embargo, lo que se halla al otro lado es un británico que no sabe chino y que simplemente tiene libros llenos de explicaciones (si te dicen X, tú respondes Y), es decir, una especie de programa informático formado por una persona y un montón de libros. De tal manera que ni los libros ni el británico saben mandarín, pero todo el conjunto podría parecer que sí.

Estos robots de Westworld, ¿qué son? ¿Seres sintientes como las personas? ¿Seres simulados como la habitación china? La pregunta es aterradora porque, llevada a sus últimas consecuencias, te hace preguntarte cuánto hay de sentiencia en todas aquellas personas que no son tú: ¿son seres humanos o solo zombis filosóficos?

En Westworld parecen haber llegado a la consciencia partiendo de la hipótesis psicológica de la mente bicameral que no está aceptada por la comunidad científica, pero que plantea una idea interesante: la mente humana está dividida en dos partes, una que habla y otra que obedece. En nuestra ficción se usa como base para la arquitectura de los cerebros electrónicos, pero en la vida real parece bastante evidente que la mente humana es esencialmente dual. El youtuber divulgador CGP Grey, en su vídeo You Are Two, explica cómo uno de los hemisferios es verbal, mientras que el otro no, y que tu mitad verbal está dispuesta a mentir flagrantemente solo para justificar las acciones llevadas a cabo por su contraparte muda. Tu mitad verbal creará una historia coherente que tú te tragarás.

VIOLENCIA, REALIDAD Y PARQUES TEMÁTICOS

En un mundo en el que puedes hacer lo que quieras sin esperar consecuencias, los turistas dan rienda suelta a sus instintos más básicos. Teóricamente en Westworld pueden ser tan buenos como quieran y dedicarse a hacer el bien, buscar tesoros o dar paseos a caballo, pero cualquiera que lleve ahí dentro más de un día empieza a pensar en experimentar la violencia, que es lo que la sociedad no le permite experimentar en el mundo real.

Es interesante que nuestro cerebro esté diseñado expresamente para huir del tedio a toda costa. En este experimento, el youtuber Vsauce nos muestra cómo un chico normal decide que prefiere una dolorosa descarga eléctrica tras solo 2 minutos de aburrimiento en una habitación sin nada que hacer. Nuestras mentes se desviven por algo de acción. Quizás en Westworld no hay que preguntarse si la violencia va a aparecer sino cuándo.

Al revés que la postura humanista de Asimov, Westworld tiende al extremo opuesto: cualquier ser humano es intrínsecamente malo y la experiencia en el parque solo va a sacar al verdadero yo que la mente racional mantiene cautivo.

«En la mesa y en el juego se conoce al caballero», dice mi madre, refiriéndose a cuánto revela de una persona la forma en que come y la forma en que juega. Los más simpáticos pueden volverse competidores feroces, malos perdedores y enrabietarse como niños, mientas que otros pueden mostrar su lado más cortés, más conciliador, o simplemente una filosofía vital mucho más sana.

Como espectadores aceptamos ese mantra de que aquello que eres en Westworld es tu yo real. Aunque, claro está, desligados de la sociedad y las consecuencias normales de nuestros actos, ¿seguimos siendo nosotros mismos? ¿Puede uno desprenderse de sus circunstancias para encontrar su verdadero ser? ¿Por qué nos da por pensar que la auténtica naturaleza de uno aflora en el ambiente menos real posible?

Los parques temáticos de hoy en día, los que ya existen, son un paradigma de la hiperrealidad, un concepto filosófico que alude a la incapacidad del individuo en la postmodernidad (estos tiempos que corren) de distinguir lo real de lo irreal. A este concepto ya me aproximé sin saberlo en La inquietante noche americana. Es decir, que más de una vez cuando uno piensa en París o en piratas acaba pensando en la ficción acerca de París o en la ficción acerca de piratas. Nuestra aproximación al conocimiento cultural viene mediatizada cada vez más por la ficción, y especialmente la ficción visual.

La suplantación innecesaria de un elemento real por otro ficcional es más común de lo que parece. En este post (un tanto añejo, sí), el autor nos habla de cómo el programa de televisión Aquí Hay tomate, para hablar de Sissi Emperatriz, en lugar de usar imágenes reales de Sissi (que dejó alguna foto y muy pocas grabaciones) usó imágenes de Romy Schneider, la actriz que encarnó a Sissi en la película Sissi de 1955. El mismo post presenta el ejemplo de la biografía del escritor y periodista Truman Capote (que sí dejó bastante material audiovisual, incluso salió en una película), editada con la foto del actor Philip Seymour Hoffman, actor que interpretó a Truman Capote en la película Capote de 2005.

El filósofo Baudrillard dice lo siguiente sobre la hiperrealidad y la quitaesencia de los parques temáticos:

«Disneylandia es presentada como imaginaria con la finalidad de hacer creer que el resto es real, mientras que cuanto la rodea, Los Ángeles, América entera, no es ya real, sino perteneciente al orden de lo hiperreal y de la simulación. No se trata de una interpretación falsa de la realidad (la ideología), sino de ocultar que la realidad ya no es la realidad y, por tanto, de salvar el principio de realidad.»

También Baudrillard:

«El mundo en el que vivimos ha sido reemplazado por un mundo copiado, donde buscamos nada más que estímulos simulados.»

Westworld nos encandila porque nos retrata a la perfección como sociedad y, paradójicamente, este retrato es un símbolo hipermediatizado, no una experiencia real. Westworld es un parque y una serie sobre un parque, es irreal en dos niveles distintos. Westworld es un juego para sus personajes y un juego para sus espectadores. Así que, como metáfora, también es doble. Esta recursividad nos recuerda a nuestra propia experiencia vital, vivida como la copia de una copia de una copia.

En este otro vídeo, Vsauce explica con mucha claridad por qué jugamos: al parecer los juegos con reglas establecidas, como los juegos de mesa o los videojuegos, son una golosina para nuestro cerebro que, harto de la impredictibilidad del mundo real, se vuelca en un sistema cerrado con normas finitas que puede conocer y controlar. En la vida puedes esforzarte mucho en algo y no obtener recompensa, pero eso nunca ocurre en el juego.

El juego es un sucedáneo de la experiencia vital, destilado y reducido para ser disfrutado en su forma más pura. Nuestros cerebros están diseñados para predecir y calcular las probabilidades de éxito constantemente y por eso aman los juegos. Y eso es lo que ofrece el parque de Westworld.

En Westworld todas las tramas llevan a alguna parte, todos los personajes tienen una función. El castigo tiene una recompensa, la buena suerte viene salpimentada con contratiempos, porque todo está medido para que sea equilibrado. La naturaleza del mundo real no es narrativa, somos nosotros los que creamos el relato cuando los hechos ya han pasado y le otorgamos un significado. Llegamos incluso a autoengañarnos para explicar tal o cual acción que no encaja con la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre nuestra vida. Reflexionar acerca de la no-narratividad de la existencia es agobiante y el parque Westworld es el bálsamo que nos alivia.

Un parque temático donde todo tiene sentido y nada es accidental es un gran placer para el cerebro. El orden y la causalidad lo impregnan todo y eso nos gusta. Y este es el motivo por el que poco importa si los robots son buenos o malos: no nos importa su moral, nos asustan porque están rompiendo ese tejido de racionalidad. Lo que tememos de ellos es su independencia, su albedrío, su identidad.

Y este es el castigo por jugar con la ciencia: un real, inhumano y espeluznante desorden.

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En Passengers triunfa el HAMOR

El hamor es algo bellísimo, que no tiene límites espaciales ni temporales y puede triunfar lo mismo en Notting Hill que en los inmensos vacíos galácticos.

ESPÓILERES DESDE YA.

passengers

Hoy vamos a hablar de una película muy bonita que nos hace reflexionar pero que también nos emociona los sentimientos, que son muy importantes. Se trata nada más y nada menos que de Passengers. Protagonizada por Jennifer Lawrence, Chris Pratt, Morfeo y un roboz.

El filme nos habla de un futuro indeterminado en el que, gracias a grandes empresas, la humanidad está colonizando planetas lejanos. Pero las compañías del futuro no son como las actuales. Las compañías del futuro son gigantescas empresas todopoderosas con las que la gente se endeuda de por vida y que no dudan en recortar en seguridad con tal de abaratar costes. En el futuro uno no se puede fiar de ellas porque te la lían parda y ese es el desencadenante de nuestra historia.

Chris Pratt, que ya nos maravilló haciendo de César Millán en Jurassic World, despierta de una hibernación en una enorme nave espacial con forma de baticao. Hasta aquí todo ok, pero le quedan 80 años para llegar al destino y así a primera vista a Chris Pratt le echas unos 30 por lo menos. Hagamos cuentas: 30 años que tiene + 80 que le quedan = 110 que tendrá cuando lleguen al planeta de destino. El tío va a llegar moñeco moñeco A NO SER que vuelva a la hibernación.

No vamos a decir que no lo intente, porque sí que intenta cosas, pero también diremos que pierde mucho tiempo en un bar que hay y bailando en la Wii del futuro. Sabemos que pasa mucho tiempo porque se va dejando se va dejando. Al cabo de un año tiene unas barbas de profeta que parece Ignatius Farray. Pero claro, a él le da un poco igual, porque total nadie va a verle por la nave: están todos hibernando. Y menos mal que es Chris Pratt el primero en despertar, porque si llega a ser Jennifer Lawrence, por exigencias simétricas del guion, le tocaría estar un año sin depilarse (para que los espectadores entendiéramos el paso del tiempo) y tendría pelos en las piernas, en los sobaquillos y a lo mejor hasta un poco de bigotillo. Pero como todos sabemos, esas cosas no se pueden sacar en el cine porque van en contra de la Primera Enmienda, me parece. “No sacarás mujeres sin depilar en las películas, aunque lleven 20 años encerradas, maniatadas y sin contacto con nadie. Se habrán hecho la depilación láser o algo de eso. Sí, aunque sea la Europa Medieval. Me da igual. Hazme caso. Soy la primera enmienda. Qué sabrás tú, alfeñique”.

Al cabo de un año nuestro protagonista se da cuenta, más o menos, de que lo tiene chungo para volver a hibernar y un día dándose un paseo entre la gente hibernada ve a Jennifer Lawrence, que es una muchacha pues muy riquiña, ¿qué queréis que os diga? Y así tan limpita en su cápsulita de hibernación pues tiene un enamorar rápido.

Pero el César Millán de los velocirraptores no es un hombre superficial que solo la quiere por su físico. No. Él le mira antes el perfil del Facebook y ve que la chavala es escritora, filosóficamente salerosa y serenamente vivaz. O sea, que no se enamora porque esté buena, se enamora porque es muy inteligente y ha escrito un libro y se siente muy identificado. Y claro, con todo ese amor, pues decide despertarla.

¿Que también podría haber mirado otras candidatas a despertarse? No te digo yo que no, pero no serían Jennifer Lawrence y habría que pagar a más actores, que solo salen cuatro pero cobran cacheses muy elevados. ¿Que también podría haber salido bollera la Jenny? Ah, pues eso a lo mejor no lo hemos pensado, Chris Pratt. Eh. Chris Pratt. Tan listo para unas cosas y tan tonto para otras, Chris Pratt.

Así que, en fin, la despierta y, claro, la chica también pasa unos días de a ver cómo lo solucionamos, a ver cómo volvemos a la hibernación, pero como todo eso ya lo hemos visto con Chris Pratt pues los guionistas hacen una elipsis y rapidito tenemos a una Jennifer Lawrence resignada a vivir en la nave con Chris Pratt que era lo que todos queríamos desde un principio (porque veníamos al cine habiendo visto el tráiler y ya estaban tardando en salir Jennifer Lawrence y el amor).

Y bueno, como no hay mucho que hacer, pues juegan juntos a la Wii y van al bar y ya un día que se aburren mucho hacen un paseo espacial y ya de vuelta se les ocurre follar. ¿Qué van a hacer ahí 80 años encerrados? Pues follar. Y hay que decirlo. No vamos a ser mojigatos a estas alturas. Y ya puestos, abordemos un tema que la película no deja claro del todo. Al follar, ¿no se queda embarazada Jennifer Lawrence? ¿O es que tienen suministros de condones para 80 años (que no creo)? ¿O es que a Chris Pratt le ha hecho la vasectomía un velocirráptor (un poco más probable, pero tampoco mucho)? ¿O es que el Método Ogino funciona por una vez (niños, no probarlo en casa)? ¿O es que ejercen la saludabilísima y poco reconocida práctica del sexo interfemoral (búscalo en google si quieres)? ¿O es que estaban siguiendo las especificaciones de la Segunda Enmienda? “Cuando dos echen un quiqui, ninguno se preocupará nunca por el método anticonceptivo, ni se hará mención alguna a él, ni se mostrará en plano, ni nada, no sea que parezca sexo del que tiene la gente”.

De aquí pasamos directamente a la Tercera Enmienda que dice (esto hay que leerlo con voz como de Dios dictándoselo a Moisés, que no sé si lo estáis haciendo bien): “Después del quiqui, la chica se tapará las tetas porque tetas durante el quiqui vale, pero tetas durante otras actividades es una ordinariez, a no ser que sean las tetas de un tío que entonces todo ok”.

Ah. También está muy bien haber despertado a Jennifer Lawrence porque es como la Rose del Titanic, ella iba en primera clase, no como César Millán, que iba en clase turista. Así que pueden desayunar frutitas y cosas chachis, no el salvado que tenía que tomar César Millán por obligación.

Y viven muy felices follando y jugando a la Wii del futuro, pero no olvidemos que en las películas de amor siempre hay tres fases: (1) la luna de miel, (2) la discusión de la hostia y (3) la reconciliación con acto de amor de la hostia. Así que tarde o temprano se van a enfadar.

Y tú te preguntarás, querido espectador, ¿cómo se van a enfadar el uno con el otro con todo lo que se quieren? ¿Cómo es esto posible? Hombre, pues porque Chris Pratt ha despertado a Jennifer Lawrence y la ha obligado a pasar el resto de la vida a solas con él. Pero eso ella no lo sabe. Solo lo sabe una persona y es un roboz: el roboz que trabaja de camarero en el bar, un tipo tan filosófico como electrónico. Este es un roboz que en principio parece que no se entera de nada, pero que luego, menudo pájaro, le falta tiempo para soltarle a Jennifer Lawrence que Chris Pratt la ha despertado para frungir con ella los próximos 90 años.

Y Jennifer Lawrence, que tonta no es, se enfada e incluso le agrede físicamente, para que veamos que no es una mujer indefensa. Y le hace el vacío y se vuelve runner (dato importante). Si yo no sé cómo no lo mata, porque el tío es un malaje, no me jodas. A mí lo que me hubiera gustado es que lo matara, se pasara un año sola jugando a la Wii del futuro, y acabara decidiendo despertar a algún macizo para follárselo. El macizo acabaría enterándose y matando a Jennifer Lawrence, claro. Luego pasaría un año aburrido hasta que se le ocurriría despertar a una maciza para follar. Y así continuaría el ciclo de follar-crimen-follar-crimen hasta llegar al planeta ese. Al final solo quedarían los más feos de todos, los lefties, los que nadie quería follarse. Y el planeta colonizado parecería una película de Javier Fesser. Años más tarde llegarían otra vez los humanos y pensarían que son una raza de orcos.

Pero eso no pasa en la película, solo en mi imaginación. En la película pasa otra cosa que la voy a contar: se despierta una tercera persona: Morfeo. Que por suerte es miembro de la tripulación (no un simple pasajero) y tiene acceso a cosas reservadas que no tenían los otros. Se despierta y les dice:

Vamos a ver, pollitos, la que me habéis liao, que me habéis plantao un árbol en medio la nave.

Porque le plantan un árbol en medio de la nave que no lo había dicho que no se sabe de dónde lo han sacado. También les dice:

—Vamos a ver, pollitos, que tenemos que reparar la nave que tiene unos fallos la nave y esto va a ir a más y vamos a morir todos si no lo arreglamos.

Los pollitos aceptan y en ese momento le da un vahído a Morfeo y tienen que llevarlo a la enfermería, que, gracias a Dios, está toda automatizada, porque claro, no se ha despertado ningún enfermero. Entonces hay un máquina que le dice:

—Ay, Morfeo, Morfeo, estás hecho un Christopher. Vas a morir en pocas horas, lo sepas.

Al parecer su cápsula de hibernación funcionaba muy malamente y a saber qué le había metido en el cuerpo. Y dice Morfeo:

—Amigos, los últimos 12 minutos que he pasado con vosotros me han dejado mucha huella. Y os encomiendo la misión de cuidar el uno del otro, sí sí, aunque estéis enfadaos, hay que quererse. También os doy mi llave de acceso a las cosas para que reparéis lo que está roto, que no sabemos qué es, pero que tenéis que arreglarlo o moriréis todos.

Y fenece.

Entonces Jennifer Lawrence y Chris Pratt se ponen a buscar por la nave qué es lo que está roto y descubren una avería bien gorda. En esta parte descubrimos que Jennifer Lawrence será muy de alta alcurnia, muy clase oro y todo lo que tú quieras, pero no tiene ni idea de la ingeniería. Claro, la mujer es una periodista ensoñadora, una niña bien que ha pillado un billete de ida y vuelta para buscar aventurillas espaciales. Mientras que Chris Pratt es lo contrario. Vale, puede que sea un perro callejero de los suburbios que ha conseguido el billete con un descuento de Groupon, pero sabe cómo se arreglan los roboces y las cosas de la nave.

Así que cuando llegan al meollo del problema ven que la única manera de arreglarlo es salir por fuera de la nave, al vacío del interestelaje y jugarse la vida. Chris Pratt, que así de primeras tiene más iniciativa, más ímpetu arrebatador, decide que sale él y, mientras, Jennifer Lawrcence solo tiene que quedarse dentro y dar a un botón, que ya me dirás tú qué complicación entraña eso.

Chris Pratt sale fuera, Jennifer le da al botón y, contra todo pronóstico, Chris Pratt no se muere a la primera, sino que queda flotando a la deriva en el espacio. Así que Jennifer Lawrence, que ve cómo se ha sacrificado por ella, decide que le perdona. Al fin y al cabo, qué más dará haberle arrebatado su vida por completo, en el fondo no es mal tipo.

Aquí hay un paralelismo con la Bella y la Bestia. Vale que Bestia rapta a Bella y la maltrata un poquitito, pero después de convivir un tiempo, Bella ve que no es tan malo y le da una oportunidad. Otra reflexión es decidir qué es más sacrificio, si morirse en el espacio o pasar 80 años jugando a la Wii del futuro. La película no deja en ningún momento de retarnos intelectualmente.

Y la cosa no es solo que lo perdone, sino que la propia Jennifer Lawrence, en un alarde de singular arrojo, se calza ella misma el otro traje espacial y se lanza al vacío espacial a buscarlo. Consigue traerlo de vuelta sano y salvo pero muerto. Es lo que tiene el espacio en esta época del año, que es muy frío y muy interestelar y eso como no vayas bien abrigado te puede pasar como a los niños de los anuncios que salen a la calle sin haberse tomado el actimel, que están como transparentes en medio de las inclemencias porque se van a coger una pulmonía.

Jennifer lleva a Bestia a la enfermería automatizada esta y mirando en la tablet con la que se maneja descubre un botón que pone revivir. Y piensa: ¿lo doy o no lo doy? Venga, lo doy. Y el tío revive. Y se ponen muy contentos porque se quieren y se aman.

Ahora toca rehacer sus vidas. César se pone a investigar la máquina de resurrección, porque es un hábil mecánico sediento de saberes técnicos, y Jennifer Lawrence se va a maquillar al camarero, porque es una tía.

Y luego se encuentran por ahí y le dice:

—Pues yo he maquillado al camarero.

—Pues yo he descubierto que la máquina de resurrección de la enfermería podría devolvernos a uno de los dos al estado de hibernación y mantenerlo con vida hasta que la nave llegue a su destino.

—Uy, qué me dices.

—Lo que oyes. Y mira, por lo que sea, llámame loco, no puedo evitar sentirme un poquín culpable, así que he pensado que si quieres te meto a ti en hibernación y yo me quedo por aquí el resto de mi vida dejándome la barba.

—Oh, qué gesto tan hermoso y caballeresco. Solo por el detalle, ya te perdono del todo y me quedaré contigo el resto del viaje.

—No esperaba menos. Hala. A follar.

LO MEJOR: La escena en la que Jennifer Lawrence está haciendo unos largos en la piscina y se va la gravedad artificial (que en esta película se va como cuando se va el wifi: sin avisar y con dramáticas consecuencias).

LO PEOR: Que triunfe el hamor.

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En Arrival triunfa el HAMOR

Un día más, os traigo una crítica cinematográfica fresquita y divertida. Esta vez la película no era tan mala como las otras en las que he contado cómo triunfa el HAMOR, pero me ha parecido que por sus clichés y sus frases a bulto, podía ser buen material. Os dejo con ella.

ESPÓILERES DESDE YA.

arrival

Languages from otter space

Estamos ante una cinta aclamada por la crítica y el público que además tiene unos extraterrestres muy bonitos de ver. Revisa uno de los temas clásicos de la ciencia ficción: los marcianos, y un tema tratado en clásicos de cualquier género como es el hamor. Además está protagonizada por una traductora y eso va a hacer que nos interese mucho porque van a salir cosas de las lenguas y de la lingüística, una ciencia con poca tradición cinematográfica (excepto en películas como Lost in Translation, La lengua de las mariposas y Ocho Apellidos Vascos).

La película nos presenta a la doctora Louise Banks, interpretada por Lois Lane, que es profesora de universidad y está maciza y gracias a unos fláshbackes vemos que tiene un pasado muy tormentoso y de cámara en mano en el que se le murió una hija que tenía de una enfermedad muy rara. Y da mucha pena porque se querían mucho y se hacían cosquillas.

El filme filme empieza con la Doctora Banks que va a dar una clase de cómo nace el Portugués (la lengua, no el señor de Portugal, que nace normal como tú y como yo), pero ese día, por lo que sea, pues muchos de los estudiantes de filología portuguesa de Wisconsin se han pirado la clase. Enseguida vemos que no es porque sean unos vagos, es porque han llegado a la Tierra unos ocnis extraterrestres. Al final la Doctora Banks no les pone falta ni nada porque es comprensiva y porque han venido los ocnis.

Y aquí viene una de las grandes cualidades de la película: los ocnis no vienen solo a Washington DC a la Casa Blanca, sino que antes de venir se han metido en Trip Advisor y se han informado y han puesto naves en varios países. Y en Estados Unidos ha caído una en Wisconsin (o un sitio que suena parecido así a agrario y a rural).

La madre de la Doctora Banks la llama para ver si está bien, porque ya sabemos cómo es una madre. Que si esta niña no me come, que no se me abriga, que no me sobrevive las invasiones ocnis

A pesar de todo, la vida sigue y la Doctora Banks tiene que volver al día siguiente a la universidad a su despacho a hacer sus cosas de profesora y es entonces cuando aparece el Coronel Weber, que es el típico militar americano muy resolutivo y un poquito belicoso que no es muy brillante pero que tiene buen corazón. El Coronel Weber llega y le dice:

—Tradúceme esto.

Y le da una grabación de las voces de los extraterrestres que son un poco como cantos de ballena de ultratumba.

—Lo siento, pero no sé lo que dicen.

—¿Cómo es eso posible? El otro día le dimos una grabación en farsi y usted supo traducirla.

—Claro, pero es que soy licenciada en filología farsi, pero del lenguaje de los alienígenas no sé nada, no tengo ni el First.

—No entiendo lo que quiere decirme.

—Pues que para traducir de un idioma, primero hay que conocer ese idioma.

—¿Qué insinúa, doctora?

—Que uno no puede traducir una lengua que no conoce.

—¡Déjese de tecnicismos y dígame por qué no quiere ayudarnos!

—Primero tendría que aprender su lengua, y luego podría traducirla.

—Doctora Banks, explíquese.

Y están así un rato largo y los espectadores ya vemos que el Coronel Weber listo listo lo que se dice listo no es. También vemos que la Doctora Banks, sin en cambio, es muy espabilada, que sabe portugués y farsi, algo poco común entre las americanas tan macizas como ella.

Al final, el Coronel Weber le pregunta:

—Vamos a ver si me aclaro, lo que usted dice es, corríjame si me equivoco, que para traducir esto, tendría que aprender su lengua, ¿no?

—Así es.

—¡Pues apréndala!

—¡No puedo!

—¡ES UNA ORDEN!

—Tendría que ir allí y estar con ellos, porque no hay cursos CCC de lengua alienígena.

—LE DIGO QUE LA APRENDA.

—Para eso tendría que ir allí y estar con ellos.

—DIANTRES, DOCTORA BANKS, LE REPITO QUE LA APRENDA

—Y yo le digo que tendría que ir allí y estar con ellos.

—Doctora Banks, me da la impresión de que usted lo que quiere es ir allí y estar con ellos.

—Exacto.

—¡Nunca lo permitiré!

—¿Por qué?

—Porque soy un militar y tengo mis motivos.

—Como vea.

—Vamos a ir a buscar al segundo mejor traductor de los Estados Unidos, que es un rival suyo, Doctora Banks, y él hará el trabajo.

—Pues muy bien. Vayan a buscar al segundo mejor traductor de los Estados Unidos, que es un rival mío, por mí perfecto. Ya nos veremos, señor militar.

—Ya nos veremos, señora traductora maciza.

Y según se está yendo el Coronel Weber, la Doctora Banks le dice:

—¡Espere! Antes de contratar al segundo mejor traductor de los Estados Unidos, que es rival mío, pregúntele cómo se dice «guerra» en sánscrito y qué significa.

Fijaos qué lista es, que habla portugués, farsi y sánscrito. ¿Qué habrá querido decir con esto? ¿A qué está jugando la Doctora Banks? Lo veremos en la siguiente escena.

Ya es de noche y la Doctora Banks está en su casa. Vemos que tiene una casa enorme para los estándares de profesores de Filología Portuguesa en Wisconsin, de lo que se infiere que en su día ganó un sueldo de Nescafé. La vemos en ropa de andar por casa, comiendo porquerías y viendo la tele (normal que su madre se preocupe) y estando ya dormida, la despierta un ruido atronador de helicópteros panter scout explorer ranger con unos focos enormes que irrumpen de pronto en el jardín de su casa. Que menos mal que vive apartadita en el campo, que si no, menuda escandalera para los vecinos que muchos se tienen que levantar pronto que también tienen vidas (pero están contadas en otras películas, no en esta, esta va de la Doctora Banks y los ocnis).

Entonces la Doctora Banks se pone la bata y sale a ver qué pasa y es el Coronel Weber que viene a buscarla para llevársela:

—A ver, que a final sí que te llevamos al ocni.

—Anda, ¿y eso?

—Pues que le hemos preguntado al segundo mejor traductor de los Estados Unidos, que es rival suyo, lo de la palabra «guerra» en sánscrito.

Aquí, si fueran fieles a lo que dijo la doctora, la conversación seguiría así:

—¿Y cómo os ha dicho el segundo mejor traductor de los Estados Unidos, que es rival mío, que se dice «guerra» en sánscrito?

—युद्ध.

—¿Y cuál ha dicho que es su traducción?

—«Guerra», obviamente.

Pero esta escena así habría sido una perogrullada, así que los guionistas, que no son tontos, la han hecho de esta otra forma mucho más dinámica:

—¿Y cómo os ha dicho el segundo mejor traductor de los estados Unidos, que es rival mío, que se dice «guerra» en sánscrito?

—Dice que la palabra es «desacuerdo». ¿Cuál es su respuesta, Doctora Banks?

—«Ansia viva de tener más vacas».

—Pues le voy a ser sincero, Doctora, me gusta más la traducción del segundo mejor traductor de los Estados Unidos, que es rival suyo, pero ya hemos venido hasta aquí con los helicópteros thunder black hawk tiger launcher y los focos y toda la pesca y ya nos la llevamos a usted. Que también, ahora que lo pienso, tendríamos que haberle preguntado a usted por whatsapp o algo que cuál era su respuesta. Nos hemos precipitado. Vístase, que nos la llevamos al ocni.

Así que la Doctora Banks se sube al helicóptero y ahí conoce a un científico, que lo llevan también al ocni para que aporte su visión científica del asunto. Además, como es científico de ciencias de verdad, se mete un poco con la Doctora Banks que es traductora, pero la Doctora Banks le pega un zasca y el científico acaba diciendo:

—Vaya, enfoca usted la lengua como si fueran matemáticas.

Y ella, en vez de decirle «Pues claro, hijo, bienvenido al siglo XXI donde la lingüística es una ciencia, inculto insolente», pues le sonríe un poco y se hace la coqueta, porque en el fondo se gustan y ya hay una semilla de romance plantada.

A partir de aquí los acontecimientos de precipitan. Llegan a la base militar que tienen montada al lado del ocni. Ahí en la base están conectados por skype con las otras bases del mundo donde hay más ocnis y tienen una pantalla grande donde pone «Rusia», «Pakistán», «China», «Sudán», etc. Y ahí se ven todos los skypes que están haciendo a la vez. Recordemos que eso es en mitad del prao en Wisconsin y anda que no les va bien el wifi.

Un ratito después les ponen unos trajes de cocinar meta y les meten en el ocni y allí se ven cara a cara con los extraterrestres que son como pulpos muy grandes de siete patas y que fuman mucho, porque la zona donde están tiene una niebla espesa así como de Lluvia de Estrellas. Yo estuve toda la película esperando que se metieran para atrás y salieran transformados en octópodos famosos, como el Doctor Octopus, el Pulpo Paul o el Pulpo A Feira.

Intentan hablar con los pulpetes, pero no se entienden, como ya había predicho la Doctora Banks y aquí viene su primera gran revelación. ¿Y si los alienígenas no tienen un lenguaje sonoro sino visual? Ahí se caen todos de la silla porque ven que es muy inteligente y que piensa fuera de la caja y bajan al chino en un periquete y le compran una pizarra para enseñarles a comunicarse por escrito. Los pulpetes, por su parte, se comunican dibujando cercos de café, como el que se queda en la mesa cuando se derrama un poco.

Entonces la Doctora Banks escribe su nombre en la pizarra: «Louise» y se da en el pecho, como diciendo «así me llamo yo» y como todo el mundo sabe, un golpe en el pecho es el gesto intergaláctico de «así me llamo yo». Lo entienden los chinos, lo entiende Tarzán y lo entiende ese gorila tan listo de la película Congo, así que, ¿cómo no lo va a entender el pulpete? Y en efecto, lo entiende y ahí empiezan a comunicarse unos y otros.

Aunque esto es muy impresionante, el Coronel Weber no lo entiende (recordemos que tenía el conocimiento justo para pasar el día) y se enfada y le dice a la Doctora Banks:

—Doctora Banks, les está enseñando palabras de primaria: «Persona», «caminar», «día»… ¿Qué pretende?

—Hay que empezar por palabras sencillas, para luego ir avanzando.

—No me confunda, Doctora Banks.

—Primero les enseñamos conceptos simples y después los complicamos poco a poco.

—Deje de lado su jerga científica, Doctora Banks, y hable claro.

—Digo que por algún sitio hay que empezar. No podemos enseñarles lo primero «resiliencia», «carbonara» y «backstage».

—Doctora Banks, está agotando mi paciencia, dígame por qué no saben ya hablar con ellos.

—Estamos aprendiendo poquito a poco.

—Vaya al grano, Doctora Banks o le monto un consejo de guerra.

En fin, que, a pesar de lo contumaz que es este hombre, la investigación sigue adelante y descubren algo muy importante acerca de la escritura de cercos de café de los alienígenas. Esta conversación que reproduzco a continuación ya no es con el Coronel Weber, es con otra mujer que anda por ahí y que sí entiende un poco de qué va la cosa:

—Hola, Doctora Banks.

—Hola, mujer que andas por aquí, que no eres el coronel Weber y que sí que entiendes un poco de qué va la cosa.

—¿Qué has descubierto?

—Una cosa muy importante. Al contrario de los lenguajes humanos, los símbolos de su escritura no representan sonidos, sino ideas.

—Pero, Doctora Banks…

—¿Qué?

—Eso lo hacen varias escrituras humanas, como la china, la japonesa, y en su momento otras escrituras de la América precolombina.

—QUÉ DIRÁS.

—A ver, Doctora Banks, eso no es nada nuevo, y mucho menos alienígena, no me diga que ha estado todos estos días yendo usted al ocni para aprender esto tres meses después… Podría haber ido yo y lo habría descubierto mucho antes. Tan lista y tan maciza que es usted, ¿y no sabe nada de la lengua china?

Pues mira, ya tiene bastante la mujer con haber aprendido portugués, farsi y sánscrito. Además que está enamorándose un poco del otro científico que no ayuda mucho en la trama pero que no está nada mal para su edad.

Poco a poco, van descubriendo más cosas de la lengua de los extraterrestres y por fin les preguntan «¿A qué habéis venido al a Tierra?» y ellos contestan haciéndose un poco los misteriosos con cosas como «No hay tiempo. Muchos se convierten en uno. Usar arma.» y eso pone nerviosas a las naciones. Aquí vemos que los seres humanos somos muy mala gente y siempre pensamos lo peor de las personas alienígenas. Y todas las naciones que estaban colaborando por skype empiezan a desconectarse porque quieren el arma para sí mismas o porque quieren atacar los ocnis o algo así, porque ya no me acuerdo bien.

El país más malo, como en tantas otras películas, es China, que tiene también un coronel muy estricto y se ve que más o menos igual de espabilado que el de Estados Unidos. Los de la base de Wisconsin se hacen con una grabación suya dando unas órdenes chinas. Y como los chinos se han desconectado del skype, pues no saben qué querrá decir y se ven obligados a ir al cuarto de la Doctora Banks que estaba ella ahí echada, entretenida con sus lóbregas pesadillas y recuerdos tormentosos del pasado y la sacan para que traduzca del chino.

Ja. O sea que sí que sabía chino. Pues no sé si esto la hace más lista aún, porque ya habla portugués, farsi, sánscrito y chino (nunca quiso especializarse en una familia de lenguas en concreto) o si la hace más tonta por no haber pensado antes en los ideogramas. En cualquier caso, la mujer traduce lo que dice el coronel chino y es algo así como que «venga vamos a matar el ocni que ya se me ha acabado la paciencia».

Entonces se preocupan mucho. Pero tampoco sé muy bien por qué, porque el Coronel Weber también es partidario de darles cera.

—A lo mejor vamos a bombardear el ocni, Doctora Banks.

—Ay, no, no lo bombardeéis.

—Lo bombardearemos. Han dicho la palabra «arma».

—Pero es que, por la información que tenemos acerca de su lengua, no sabemos si la palabra fue «arma» o  «herramienta» o «almendruco» o «Cincinati».

—No me líe, Doctora Banks.

—Yo creo que son gente maja.

—Ya está usando sus términos especializados, Doctora Banks.

—Por favor, no los bombardeéis.

—No entiendo adónde quiere llegar, Doctora Banks.

—¡Son buenos!

—¿Qué pretende, Doctora Banks?

—¡Que no los bombardeéis!

La cosa está muy tensa, pero de repente la Doctora Banks se da cuenta de que ya tiene el First de la lengua alienígena y empieza a pensar como ellos, con ideogramas de cercos de café, que son atemporales (o pantemporales, según se mire). Y entonces le viene la iluminación: el tiempo no existe y todos los instantes son simultáneos. Lo cual viene muy bien para saber lo que va a pasar. Y les pregunta a los pulpetes:

—¿Cómo es que nos dais esta herramienta tan cojonuda, que podemos ver el futuro con ella?

—Porque, como tú bien dices, nosotros, que vemos el futuro, sabemos que dentro de tres mil años, sí sí, tres mil años la humanidad nos va a ayudar con una cosa. Nos vais a sacar las castañas del fuego. Y nosotros pues os ayudamos también ahora.

—Mira qué bien.

Y efectivamente, la Doctora Banks se ve de pronto en el futuro en una recepción Ferrero Rocher del embajador que va monísima ella que se celebra en su honor por haber salvado a la humanidad. Esto se llama un flashforward, que es como un flashback pero del futuro. Allí se encuentra con el Coronel Chino que parece que entra fuerte, que va a trochón ahí a tirarle los tejos a la traductora maciza, porque apenas cruzan dos palabras y ya le está dando su número de teléfono personal. Pero no está interesado en ella de esa forma. Qué malpensados somos.

Salimos del flashforward y volvemos al presente y vemos que la Doctora Banks recuerda el número del chino y le llama por teléfono. Y sí, habla chino muy fluido. Y le dice:

—Oye, chino, no bombardear nada, eh.

—¿Quién es? ¿Qué horas son estas de llamar a una casa?

—No bombardear, mecagüendiós.

—Estamos contentos con nuestra compañía, gracias.

—Soy la Doctora Banks, traductora de lenguas peregrinas por la universidad de Wisconsin y maciza cásual.

—No conozco a ninguna Doctora Banks. Es más, ahora mismo estoy ocupado con bombardear un ocni y solo haré caso a las personas que me digan frases de las que me dijo mi difunta mujer en su lecho de muerte.

Entonces vemos otro flashforward de la fiesta del futuro con el chino dándole la chapa a la Doctora Banks con frases de su mujer moribunda. Y al verlas en el futuro, pues se las dice en el presente.

—Hostia, pues ya no voy a bombardear nada. Gracias por llamar, Doctora Banks.

Y la Doctora Banks le dice al Coronel Weber:

—Que los chinos no van a bombardear su ocni.

—Ah, pues nosotros tampoco bombardearemos el nuestro.

Al darse cuenta de su nuevo poder, la Doctora Banks podría haber ido a cantarles las cuarenta a los pulpetes, porque ella podía ir al futuro y aprender cosas de él, pero los jetas de los marcianos no se molestaron en pasarles a los humanos una lista de vocabulario de su idioma, que hubiera sido lo suyo. En vez de eso, les tienen allí días y días haciendo el canelo, porque mira que hacen el canelo, para aprender su lengua. Que ya no digo que vayan a dentro de tres mil años cuando ambas razas son BFFs y se comunican guay sin problemas, que solo tenían que haber ido unos meses al futuro cuando la Doctora Banks ya sabe comunicarse. Luego dicen que los españoles somos vagos, pero los marcianos a veces también. Pero la doctora Banks es un cacho pan y piensa, oye, pues que me quiten lo bailao, ya son ganas de crear mal rollo. Y no les dice nada.

Y se salvan todos y los ocnis se van y la Doctora Banks se enrolla con el científico que al final pues sí que la había ayudado en algunos momentos, también hay que reconocérselo al hombre. Y con él tiene una hija, que es la hija que vimos antes en unos fláshbackes pero que no eran fláshbackes sino flasfórwardes. Este es el giro bueno de la trama. Y vemos que, aun sabiendo la Doctora Banks que su hijita iba a morir de una extraña enfermedad, la tuvo igualmente. Y la quiso. E hicieron dibujos juntas. Y la amó durante los años que vivió. Porque aunque hayan venido los ocnis, lo importante es la familia y hacer dibujos con tu hija.

La películas es una profunda reflexión sobre lo que es ser madre y traductora y sobre la importancia del wifi en las áreas rurales.

Lo mejor: Cómo están hechos los marcianos y los ocnis.

Lo peor: Que los ocnis se vayan a la francesa.

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En Escuadrón Suicida triunfa el HAMOR

Tras el éxito de esta crítica de Jurassic World, que más que una crítica es un resumen, os traigo este resumen de Escuadrón Suicida por si no queréis gastaros el dinero en verla.

suicide

Bueno, pues a ver. La película es muy bonita y muy entretenida y sale Will Smith.

ESPÓILERES DESDE YA.

Escuadrón Suicida es una película muy innovadora y muy fresquita porque los protagonistas son los malos y eso no debemos olvidarlo. Los buenos, que en esta película son el Gobierno y los marines y los seals, pues resulta que también son bastante malos. Y los malos, los malos de verdad, los enemigos de los malos, son aún más malos. Es como cuando vas al cine y pides las palomitas pequeñas y no tienen ese tamaño, porque solo tienen grande, muy grande y maxi. Aquí hay malos, muy malos y maxi.

Con Escuadrón Suicida aprendemos que los seres humanos son seres complejos y aunque sean malos, pueden tener hijos y quererlos y pueden hacer amigos con más rapidez incluso que las personas normales.

La película empieza con una señora muy formal y un poco siniestra que ha ido a un restaurante a fastidiarles la comida a unos altos mandos del ejército, porque se tira ahí horas y horas dándoles la chapa. Pero todo tiene una explicación. La mujer trae un álbum de fotos donde se ve a todos los miembros del Escuadrón Suicida y eso lo usan los guionistas como recurso muy inteligente para ir haciéndonos unos fláshbackes donde iremos conociendo a estos pintorescos personajes. También los del equipo de edición han querido echar una mano con esto y han puesto con WordArt unos carteles alrededor de los personajes con adjetivos que describen su personalidad como «impredecible», «gruñón» o «amigo de sus amigos» y así podemos seguir mejor la trama, porque conocemos a los personajes más a fondo.

Los fláshbackes son lo mejor de la película, porque sale Batman, sale Flash y sale Harley Quinn antes de ser psicópata, que era una muchacha muy aseada y muy trabajadora cuyo único error es darle una metralleta al asesino más despiadado que ha conocido Gotham City y tirarse a un tanque de ácido (muy diluido eso sí, porque acaban echando un quiqui en él, pero es lo que tiene la juventud, que te da igual un Seat Ibiza que un tanque de ácido).

También en esta parte conocemos a June Moone, una exploradora de la selva que, según dice la jefa, «se metió en la cueva equivocada». Pues bueno, depende de cómo lo mires. En esa cueva había unos tesoros milenarios y unos poderes muy cósmicos y muy omnímodos, o sea, que visto desde una perspectiva arqueológica, era la cueva adecuada. Lo que pasa es que la mujer era curiosa y abre una botella donde estaba encerrado un espíritu y es poseída por él. Y claro, estar poseída por un espíritu es muy esclavo y ya te deja poco tiempo para la tesis de arqueología. Pero la jefa ha encontrado la manera de mantener al espíritu este más o menos controlado: volvió a la cueva (vaya, parece que no era tan «equivocada») y cogió el corazón del espíritu, que es un poco como un moñeco vudú, que si tu lo estrujas o lo pinchas con un boli bic, el espíritu se resiente y se caga en tus muertos.

Además de eso, el espíritu está controlado de otra forma: solo aparece cuando la respetable arqueóloga June Moone dice «Encantadora» (que es el nombre del espíritu y es muy irónico, porque no es encantadora, sino más bien una bruja de cuidado). Entonces Encantadora toma el cuerpo de June Moone y conviven las dos en el cuerpo de Cara Delevigne, como el Doctor Jekyll y Mister Hyde o como José Mota y la Blasa.

La jefa presenta a encantadora ante un comité de estos de los Estados Unidos con muchos generales maduros muy serios alrededor de una mesa. June Moone (un poco a regañadientes, todo hay que decirlo) invoca a encantadora y ninguno de los generales se inmuta porque son gente muy vivida, están de vuelta de todo: han sufrido mucho en el Golfo y un ente extraterrestre con poderes sobrehumanos tampoco les perturba. Es más, uno dice que no tiene tiempo para juegos de magia y entonces la jefa le hace un gesto a Encantadora y en un segundo viaja a Teherán, se infiltra en la cámara acorazada de la base secreta subterránea del Ministerio del Mal y roba un informe muy secreto y se lo tira encima de la mesa al general incrédulo. ¿No querías magia? ¡Pues toma dos tazas! Aunque el informe está escrito en árabe, por suerte los iraníes se han afanado en dibujar los misiles cayendo sobre ciudades y muchas calaveras que representan muerte para que cualquiera que coja ese informe sepa al instante, sin asomo de duda, que lo ha escrito gente muy malvada (mira, más malos) y con muchas ganas de bombardear ciudades.

Y así, con todo el percal de la posesión demoníaca, June Moone se echa un novio que es muy buena gente y que tiene un trabajo estable como agente especial del Gobierno o nosequé, y es probablemente de los pocos buenos buenos que salen en este filme y que al final será muy importante.

A partir de aquí los acontecimientos se precipitan. Y todo se desata porque un día, estando en un hotel tan ricamente, June Moone, sin saberse muy bien por qué, dice “Encantadora” e invoca al malvado ser que habita en su cuerpo. Que aquí los guionistas se lo podrían haber currado un poco más y haber hecho que entrara en el hotel y dijera “¡Qué habitación más encantadora! ¡Oh, mierda!” o algo tipo “¡Jamás volveré a invocar a Encantadora! ¡Oh, mierda!”. El caso es que, una vez invocada, Encantadora hace unos viajes astrales de esos que hace ella y libera a su hermano que es otro bicho como ella y jura destruir a la humanidad con una máquina. Esto es importante. Recordémoslo: con una máquina.

Así que el novio llama a la jefa y le dice “Ha escapado”, porque ya se sabe, a buen entendedor, pocas palabras bastan. Y la jefa se queda ojiplática. “¡Repite eso!”, le espeta. “HA ESCAPADO”, le dice el novio. Que aquí vemos el verdadero significado del refrán: pocas palabras se refiere a pocas palabras distintas, aunque puede ser que a un buen entendedor haya que repetirle las mismas dos palabras varias veces.

Pero entonces la jefa piensa: «Joder, pues la verdad es que no podría haberse escapado esta mujer en un momento mejor, porque ahora, justamente ahora, acabo de formar un cuerpo de élite con los malos más poderosos del mundo y puedo mandarles a una misión suicida sin mucho remordimiento de que se mueran, porque como son malos…» Aquí vemos que era una mujer muy previsora.

Mientras tanto, Encantadora y su hermano se hacen muy poderosos en el centro de una ciudad (Midway City) y la gente huye y aquello está como el día después de los Sanfermines, con mucha basura por el suelo, mucho caos, mucha resaca electoral.

Y hasta allí llevan a los supervillanos, que van a colaborar con el Gobierno porque les han puesto unos chips en el cuello que, si desobedecen, pueden hacerlos explotar con una aplicación en el móvil que tiene la jefa. Que se ve que esa escena la han eliminado, pero hubo un desarrollador, haciendo todo un interfaz muy cuqui con las caras de los miembros del equipo. Una de las emociones más intensas que tiene el espectador al ver esa película es ver a la jefa con el móvil por ahí tan alegremente con la aplicación abierta. Por un lado estás preocupado por la batería de ese móvil, que está todo el rato encendido, y por otro tienes miedo de que la jefa dé sin querer a las caras y los mate, porque todos hemos dado un megusta a una foto de instagram sin querer.

Y ahí están todos los supervillanos: Will Smith, que dispara con mucha precisión; Harley Quinn, una mujer cuyo único mérito es haber sido la novia del Joker (es un poco la Belén Esteban del grupo); El Capitán Bumerán (os juro que no me lo estoy inventando), que es muy mañoso con los bumeranes, pero que su característica más principal es ser australiano; Killer Croc, una especie de Shrek que respira bajo el agua; Diablo, un tipo piroquinético que controla el fuego con la mente (que es lo que significa piroquinético, esto no tendría ni que explicarlo) y que es muy zen. El hombre sabe que ha hecho mucho mal en la vida y ahora ha decidido no usar sus poderes y mantenerse en calma y meditando y tal. Lo cual esta muy bien, pero luego Will Smith le pica un poco (muy poco) en plan: «Ay, qué tonto eres, Diablo. ¡Granuja! ¡Pasmarote!» y eso le enfurece mucho y se pone a calcinar y a deflagrar que da gloria verlo.

A todos estos los conocemos porque hemos visto sus fláshbackes y sus WordArts, pero de pronto llega un nuevo miembro que no ha tenido flashback ni WordArt, y eso ya nos da una pista de que mucho no va a durar. Llega en una bolsa como de cadáver, en vez de en coche como los demás, y eso también nos da una pista de que va a durar poco. El hombre sale de la bolsa, le dicen que no se escape, que si se escapa lo matan con la app, y él dice: “Pues mira, no me lo creo” y se escapa y lo matan con la app. Y otra vez pa la bolsa (qué previsora es esta jefa, de verdad). Y Will Smith, que es así el que tiene más corasonsito de todos y que acaba encariñándose con algunos de ellos, sentencia: “Mira, no me ha dado ni pena, porque no tenía ni flashback”. Y la jefa, a través de Skype, les dice que venga, que se pongan en marcha.

Aquí ya empieza la acción, de repente es de noche y hay que meterse en harina. El novio de June Moone es ahora el jefe del batallón y les ha engañado un poco a todos. Les ha dicho que lo que hay en la ciudad es un ataque terrorista, les dice «lo típico, unos moros con AK-47» o algo así. También nos presentan a Katana, una asesina espadachina japonesa que matará a quien sea si desobedecen las órdenes. ¿Pero para eso no teníamos ya la app en el móvil de la jefa? Pues sí, pero ya hemos visto que esta jefa es muy previsora. Harley Quin, que es así más inquieta la mujer, ve en medio de la ciudad una rayo de la muerte elevándose hacia el cielo y dice: «Eh, ahí hay un rayo de la muerte, probablemente creado por seres muy poderosos y muy malignos, elevándose hacia el cielo». Pero el resto del equipo no la toma muy en serio. Al fin y al cabo su misión es acabar con los terroristas musulmanes.

Dentro de la ciudad tienen que matar a unos seres asquerosos, amorfos, sin rostros, con sangre negra, una piel negra, bulbosa y grasienta y una constitución vagamente simiesca. Aunque esto pudiera parecer prueba suficiente de que lo que había ahí no era un ataque terrorista sino un poder demoníaco, nuestros protagonistas se limitan a matarlos sin hacerse muchas preguntas. Hasta que Will Smith encuentra unos archivos secretos en los que ve que lo que hay ahí no es un ataque terrorista de toda la vida, sino un poder demoníaco y se enfada y se siente herido y se va a un bar. Que ahí se ve que Midway City es una ciudad muy española, que incluso en el Apocalipsis encuentras bares abiertos. Y poco a poco van sumándose los otros supervillanos. Se suma también Katana, que en principio no era supervillana, pero que, en la tesitura de quedarse con el novio de June Moone o irse con sus amigos cosplayers, opta por lo segundo. Al final es que va hasta el novio al bar, así que tampoco tenía tanto drama la escena.

Ahí en el bar se toman unas copas muy bien preparadas, muy de barman profesional, que nos hemos perdido quién las hacía porque estábamos viendo a Katana decidir si entraba o no. Y esa habilidad para hacer cócteles es más superpoder que las habilidades de algunos de ellos (como la del notas del bumerán). Ahí en el bar se convencen los unos a los otros de que son un equipo muy pepino y que son la única esperanza para la humanidad para acabar con Encantadora y su hermano. Y ahí que van.

Primero suben a un edificio, porque tienen que rescatar a alguien… y… ¡Oh! ¡Era la jefa! Bueno, la jefa y otros cuatro trabajadores del gobierno a los que ella mata de cuatro tiros no sé muy bien por qué, creo que porque estaban ahí sin haberlos dado de alta en la seguridad social (y luego que si hay paro), y no quería meterse en problemas. Lo malo es que al poco de rescatar a la jefa, los malos la atrapan y la meten en una sopa de extracción de recuerdos y así los malos pueden dirigir su rayo de la muerte hacia objetivos muy concretos: como un satélite del gobierno o una base secreta.

Este es el momento culmen de la película, porque vemos que la jefa era tan previsora que hasta sabía la posición del satélite en el espacio en cada momento, lo cual hizo que pudieran lanzar un rayo de la muerte contra él. Para entender la importancia de este hecho, el director nos traslada a un centro de mando del gobierno con muchas teles y un señor medio militar medio burócrata se lleva las manos a la cabeza diciendo: «¡Era nuestro mejor satélite!». También destruyen con el rayo de la muerte una base secreta y el burócrata exclama: “¡Era nuestra base más secreta! ¡Es como si el rayo hubiera absorbido las memorias de la jefa!”.

Total, que los protagonistas se acercan ya al cuartel general de la mala y no tienen ningún plan, pero aparecen unos US SEALS que andaban por ahí y les dicen:

—No os preocupéis, tenemos puesta una bomba justo debajo de este edificio. Hace tiempo ya que la pusimos. Si la detonamos, morirán.

—Perfecto, entonces hacedlo.

—Ishh… Es que hay que accionarla manualmente.

—Pero hombre, ¿qué os costaba ponerle un control remoto?

—Si ya, si ya…

—Bueno, pues que vaya alguien a activarla.

—Ishh… Es que está en un túnel subterráneo que está inundado.

—No preocuparse, nosotros tenemos en el equipo a Killer Croc, mitad hombre, mitad cocodrilo, que lleva toda la película sin hacer nada. Nada de puta madre y respira bajo el agua y estaba ya un poco mustio el hombre pensando: «Jolín, a ver si no va a haber en esta misión ninguna parte de bucear bajo el agua».

—No. Iremos nosotros, los US SEALS.

—Pero escúchame, te estoy diciendo que este tío respira bajo el agua, nada muy bien, especialmente en entornos así oscuros y alcantarillescos y no ha hecho nada en toda la película.

—No sé, no sé. Creo que es mejor que vayamos los US SEALS, que es nuestro trabajo.

—Pero es que a Killer Croc también le han contratado para eso.

—Ah bueno, pos oc.

Y los US SEALS con Killer Croc se meten ahí y se infiltran y, mientras tanto, los otros van por la superficie para distraer a Encantadora y su hermano. Al llegar, Encantadora les dice:

—¡Ya he terminado mi conjuro!

¿Conjuro? ¿Pero no era una máquina?

—Erm… Seh… Eso quería decir… Mi máquina…

Vamos, que no se aclara ni ella, que es la propia artífice del rayo del mal, así que no me extraña que al final fracase.

El hermano está ahí también, que se ha convertido en un gigante de fuego muy fuerte y poderoso. Al verlo, todos se acojonan un poco, normal.

—¿Qué vamos a hacer con ese gigante de fuego tan fuerte y tan poderoso?

A lo que Diablo el piroquinético responde:

—Pues al hilo de lo que estáis diciendo, comentaros que tengo un poder que es convertirme en un gigante de fuego, un poco más fuerte y un poco más poderoso que ese.

Mira qué bien, mira qué suerte. Esto, que es muy sorprendente, si eres un espectador sagaz, ya lo ibas sospechando, porque antes te han puesto un flashback de Diablo después de haber perdido el control en un ataque de ira, lamentándose porque ha quemado toda su casa y su mujer y sus hijos. Que uno puede pensar que lo que se le ha ido de las manos es solo su poder de piroquinesis, no el poder de convertirse en un gigante de fuego, pero esa es la magia del cine, así juegan contigo los guionistas.

Y Diablo, convertido en un gigante de fuego, lleva al malo justo hasta el sitio donde está la bomba por abajo y la explotan y él se sacrifica, pero da muy poca pena, porque era un ser atormentado y como habían muerto su mujer y sus hijos, pos todo oc.

Y ya solo queda la Encantadora, que está ahí flotando ante el rayo de la muerte y les dice a los protas que se unan a ella (aquí ya vemos que Encantadora no las tiene todas consigo), que juntos gobernarán la galaxia y cosas así. Pero no los convence, porque serán supervillanos, ladrones, asesinos y sabandijas carentes de ética alguna, pero en estas últimas 18 horas se han hecho amigos, y un amigo es un tesoro. Aquí podríamos haber entrado en una sosegada reflexión acerca de la moralidad o no de subyugar a la humanidad, pero lo importante es que triunfa el HAMOR.

La mejor de todos es Harley Quin, que le dice a Encantadora que vale, que se va a unir a ella (pero ¡es mentira!, aquí está la genialidad de su plan) y Encantadora le dice que se arrodille y ya, que aunque sea un ser cósmico, milenario y transdimensional, los ritos del Medievo significan mucho para ella. Y Harley Quinn se acerca y empieza a decir:

—Me arrodillaré…

(Aquí Encantadora tenía que haber estado un poco avispada, porque los puntos suspensivos esos no podían significar nada bueno.)

—…pero…

(Y ya se sabe, que siempre que hay un «pero», todo lo que se ha dicho antes es como si no contara, eso lo he visto yo en Facebook un millón de veces, pero claro, Encantadora lleva miles de años encerrada en un jarrón y no ha leído Facebook.)

—…antes voy a…

(Llegados a este punto a mí ya me da pena Encantadora, tan ingenua la mujer, tan confiada, que entre pausa y pausa no le da por sospechar ni un poquito.)

—…hacer una cosa…

(Tan confiada es que ni mira para abajo, que si lo hubiera hecho, habría visto que había una espada muy bien puesta justo a los pies del rayo mortal.)

—…una cosa secreta…

(Y menos mal que está ahí esa espada, porque Harley Quinn va armada con un bate de béisbol, que hay que ver lo rácanos que son los del Gobierno Federal, que mandan ahí a la ciudad tres helicópteros Phantom Tiger Ranger Fighter con los depósitos llenos y no son capaces de darle a Harley Quinn un arma en condiciones.)

—…y esa cosa secreta es…

(Aunque ahora que lo pienso, Harley Quinn también lleva una pistola, que a lo mejor no es todo culpa del Gobierno Federal y la muchacha también va un poco a su bola en lo que a armamento se refiere.)

—…¡MATARTE!

Y coge la espada, se lanza contra Encantadora y le raja el pecho o algo así. Y creo que hasta le saca el corazón (que lo había recuperado en alguna escena del medio). Y en ese momento alguien lanza otra bomba contra ella, pero como las bombas esas que tienen son de detonar a mano, pues uno piensa que va a ser tontería, que a lo mejor le hace un chichón en la cabeza, pero poco más, pero NO. A estas alturas ya nos hemos olvidado de que Will Smith es un tirador de élite y con mucha precisión dispara y la bomba explota y la mala muere y el mundo se salva.

Y se ponen todos muy alegres (se les ha olvidado ya que han muerto dos de sus compañeros) menos el novio de June Moone, ese está triste triste porque al lanzarle una bomba a Encantadora, pues también muere June Moone… ¿o no? Pues efectivamente no. June Moone está viva debajo de una especie de cáscara negruzca y sale y se abraza al novio. La única explicación para que siga viva es el poder del amor, porque ya me dirás cómo va a sobrevivir a ese pepino de bomba. Y empieza a sonar música y hace sol y rulan los daiquiris y llega la jefa y les dice que ya que han salvado a la humanidad les va a hacer una reducción de condena y, además, a Killer Croc le va a poner el canal Hip Hop en la celda (no una tele, no: el canal hip hop; que por las mañanas intenta hacer zapping para ver Espejo Público y no puede, porque solo sale el canal Hip Hop), a Harley Quinn le pone un Nespreso en la celda y a Will Smith le permite ver a su hija.

Esto es muy emotivo, porque en la siguiente escena vemos a Will Smith con su hija explicándole el teorema de Pitágoras, y esto nos lleva a otra reflexión: Tiene apenas unas horas para estar con ella y las pasan haciendo deberes de matemáticas, ¿no estamos cargando a nuestros hijos con demasiada tarea para casa? Como vemos, aquí la película también se posiciona socialmente.

Hay que esperar en los créditos, porque al final sale Batman un poquito más diciéndole a la jefa que menuda es ella.

Ah, y también sale el Joker.

En resumen, una película redonda.

Lo peor: han tenido que quitar mucho metraje del Joker para meter teléfonos y tablets de Samsung.

Lo mejor: que triunfa el AMOR.

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Examen de verbos: los verbos más difíciles

En el instituto tenían por costumbre hacernos un «examen de verbos» al trimestre. La prueba siempre era igual: diez formas verbales para que las escribieras y otras diez escritas para que las analizaras. Yo pertenecía a esa panda frikis elite lingüística que se sentía decepcionada si en el examen no entraba ninguna de las superestrellas, como el verbo roer o el futuro de subjuntivo, que Dios lo tenga en su gloria.

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Mi instituto, el Zorrilla. El mismo al que fue Soraya Saénz de Santamaría.

El otro día me dijeron por Twitter que soy un fan de las excepciones y que por qué tanto afán en buscar el caso particular con lo bonita que es la regla general. Es un comportamiento que he visto muchas veces. En el erasmus compartí habitación con un letón a quien le gustaban mucho las lenguas. Nunca había aprendido español y conmigo aprendió «dialectología», «voy a perder mi trineo por tu culpa», y a contestar «las que tú tienes» cuando te dan las gracias. Gran casoparticularizador y mejor persona.

No es que yo tuviera mucho afán en que aprendiese las 3 cosas menos útiles del castellano, fue él quien cogió un libro que yo tenía, leyó una frase al azar y cuando preguntó su significado, le contesté: I’m going to lose my sledge because of your fault. Le pareció divertido y la memorizó. Era más guay decirles eso a los españoles que un simple hola. Otro día me preguntó cómo se decía home en español. Le dije que podían ser dos palabras: una que se usaba para casa y para home y que probablemente era la que él quería conocer (casa) y otra que tenía un sentido más específico, más abstracto y que estaba cayendo en desuso (hogar). ¡La segunda es la que yo quiero conocer!, contestó.

De este amor por las excepciones y lo anecdótico, surge este dream team de formas verbales, el examen que yo hubiera querido que me pusieran en el instituto. Diez formas para escribir y diez para analizar que todos habríamos suspendido en la ESO. Un placer adulto al alcance de muy pocos (¿quién disfruta suspendiendo un examen?).

Si te animas a hacerlo, ¡juega limpio! Apunta las respuestas en un papel y no busques en Internet ni consultes nada, hazlo como lo hacíamos nosotros en clase. El examen está pensado para un estudiante de Castilla, es decir que no hay voseo y sí hay vosotros; los nombres de los tiempos son los que dice la RAE y no se espera que el alumno tenga en cuenta las formas de cortesía usted y ustedes. Buena suerte y que la fuerza te acompañe:

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Si ya lo has hecho, aquí te ofrezco la corrección:

PARTE 1

1. FuiPrimera persona del singular del pretérito perfecto simple del verbo ir o primera persona del singular del pretérito perfecto simple del verbo ser. Curiosamente ser e ir comparten formas verbales en el pasado, como el been del inglés, que puede ser participio pasado de to be o de to go.

2. CantamosPrimera persona del plural del presente o del pretérito perfecto simple del verbo cantar. Es igual en los dos tiempos.

3. Ve: Tercera persona del singular del presente de indicativo del verbo ver y segunda persona del singular del imperativo de los verbos ir y ver. ¡Esta podía ser tres formas distintas! Aun así, me sigue sonando mal cuando le aconsejo a alguien vete la primera temporada y ya verás cómo te engancha.

4. Hallas: Segunda persona del singular del presente de indicativo del verbo hallar. No hay que confundirla con hayas, presente de subjuntivo de haber, ni con haya el árbol, ni con aya la criada, ni con Aya (Aia) el municipio guipuzcoano.

5. : Primera persona del singular del presente de indicativo del verbo saber y segunda persona del singular del imperativo del verbo ser. Puede no parecer un caso muy complejo, pero muchas personas se atascan son una de las acepciones de saber. Cuando saber significa conocer, ninguno tenemos problemas: eso lo sé. Sin embargo, cuando saber significa tener sabor, mucha gente duda, incluso algunos se arriesgan con el divertido sepo. Pero no. Si alguien te lame o te pega un mordisco, no dudes en preguntarle ¿a qué sé?.

6. Hubo sido comentado: Tercera persona singular del pretérito anterior en voz pasiva del verbo comentar. Estamos ante dos de los grandes olvidados de las formas verbales: el pretérito anterior y la voz pasiva. Es casi imposible colocarlo en una oración que resulte natural: Una vez el tema hubo sido comentado por todos los asistentes, procedimos a la votación.

7. Indignaos: Segunda persona del plural del imperativo del verbo indignarse (o indignaros, si me apuras). Es otra forma que está perdiendo terreno últimamente. La gente suele decir indignaros. Sin embargo, de momento esa forma no está aceptada por la RAE y el título del libro de Stéphane Hessel Indignez-vous ! se tradujo en España como ¡Indignaos!, Indígnense, señores, y fue por él por lo que se llamó a los manifestantes y activistas del movimiento 15-M los indignados. Sin embargo recuerdo a una tertuliana en la tele diciendo «Sí, sí, estos son los indignaos, los indignaos del libro de Stéphane Hessel que se titula así, Indignaos». Confundía la forma vulgar del participio (indignaos en vez de indignados) con la forma extra-culta del imperativo (indignaos en vez de indignaros). Pocas veces los extremos se tocan (¡y fusionan!) de forma tan bella.

8. Haberse puesto: Infinitivo compuesto del verbo ponerse. ¡Nunca hay que olvidarse de las formas no personales! El infinitivo, el gerundio y el participio también son divertidos. Aunque esta forma coloquialmente tiene un uso muy divertido, el modo reprochativo podríamos llamarlo. ¿Que ahora tiene frío? ¡Haberse puesto un abrigo! o el ya clásico ¡Haber estudiao!

9. Hecho: Participio del verbo hacer. Sin más. Porque el hecho es que con el echo de te echo de menos yo echo la hache al lecho. Del dicho al hecho hay mucho trecho y a lo hecho pecho.

10. Loe: Primera o tercera persona del singular del presente de subjuntivo del verbo loar. Loar es alabar, elogiar. Así que no, no tiene nada que ver con la LOE, que nadie la loa ya. Ya escribió Muñoz Seca en La venganza de Don Mendo:

Aspid que mi pecho roe,

prosigue tu insana roa,

que aunque soy digno de loa

no he de ser yo quien se loe.

PARTE 2

1. 1ª persona del singular del presente de indicativo del verbo abolir: Abolo. Empezamos con presente, indicativo y verbo regular. Hasta hace poco se consideraba que abolir era un verbo defectivo. Los verbos defectivos son verbos a los que les faltan formas y abolir era tan caprichoso que no aceptaba formas sin la i en la desinencia. Es decir, que abolimos, abolió y abolirán valían, pero abolo no. En la última edición de su diccionario la RAE abole esta norma y abolir ya es un verbo regular de pleno derecho, así que tampoco está bien la forma yo abuelo.

2. 2ª persona del plural del imperativo del verbo irse: Idos. La norma dice que cuando tenemos un imperativo plural con el pronombre enclítico pegado -os, perdemos la d. Como en indignaos, marchaos, veníos y poneos. Así no se confunden con los participios indignados (o sí), machados, venidos y ponedos (vale, este no se confunde, acabo de darme cuenta). Así que aunque la gente suela decir iros (a tomar por saco, por ejemplo), la norma pide un íos que, sin embargo, también es incorrecto, pues estamos ante la excepción que confirma la regla. En Argentina, donde usan el vos, también tienen problemas con este imperativo. Si es marchá (vos), comé y vení, ¿el imperativo de ir es i? Trsitemente no (hubiera molado), el imperativo de ir es andá.

3. 1ª persona del singular del presente de indicativo del verbo asir: Asgo. A este verbo le quedan dos telediarios. Aunque todavía está presente en muchas novelas, nadie lo usa en el día a día y la mayoría puede pensar que es aso, pero no, aso es de asar. Eso sí, cuando quieras preguntarle a alguien qué está asiendo, no dudes en usar el Hola, ¿qué ase?.

4. 2ª persona del singular del imperativo del verbo haberHabe. Vaya mierdaca, ¿eh? Yo hubiera apostado por un ha tú. Jamás la escucharás y la propia RAE dice que carece totalmente de uso, o sea, que no existe. Pero sí existe. Ahí está puesta. Habe cuidado con esta forma que es muy rara.

5. 3ª persona del singular del presente de indicativo del verbo adecuar: Adecua. Con esta me han dado un tirón de orejas: al principio en este post ponía que adecúa con tilde está mal, pero según la Fundéu, ambas acentuaciones son válidas, aunque la primera versión sigue considerándose más culta.

6. 2ª persona del plural del pretérito anterior del verbo freírHubiste freído o hubiste frito. Freír tiene dos participios y los dos valen. Hubo un tiempo en el que freído se usaba para los tiempos compuestos y frito para todo lo demás. Había que decir: he freído un huevo y ahora está frito. Pero ese tiempo pasó y aunque mucha gente piense que solo una de las dos formas es correcta, lo cierto es que las dos lo son.

7. 3ª persona del plural del presente de subjuntivo del verbo errar: Yerre. Y erre que erre.

8. 3ª persona del singular del presente de indicativo del verbo haber: Ha y hay. ¡Ay! ¡Que siempre se nos olvida el hay! Hay y ha conviven en este nicho y su amor es precioso.

9. 3ª persona del plural del futuro perfecto de subjuntivo en voz pasiva del verbo extinguir: Hubieren sido extinguidos o extinguidas. Pura gramática ficción. Nadie usaría nunca esta forma. Pero no hay que olvidarse de que en pasiva los participios tienen género y número. Extinto es un adjetivo, no un participio, así que no vale como respuesta.

10. 2ª persona del singular del imperativo del verbo salirle: ERROR 404. Ay. Esto ha sido un poco trampa. Como en la prueba del kobayashi maru de Star Trek, no había solución posible. Se hubieran acercado salle, sal·le o sale, pero como bien descubrió el blog Un Arácnido Una Camiseta, no es más que un bug en la gramática castellana, una palabra que no se puede escribir.

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Hambre de libros

Mi abuela tiene 84 años. No se le dan muy bien las tecnologías. Ya tuvo problemas con el DVD, el móvil parece que lo descuelga, pero creo que siempre llama marcando los números a mano, pero tiene un eBook. Ésta es su historia.

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Mi abuela en Egipto.

Mi abuela nació en 1930. La Guerra la pilló de niña en Valencia y los recuerdos de esa época siguen vivos casi 80 años después. A mí de pequeño me contaron que mis abuelos habían luchado en bandos opuestos durante la Guerra (uno era de Valencia y otro de Valladolid), y a mí aquello me parecía una anécdota, una curiosidad simpática, hasta que atisbé, a través de mi abuela, lo que la Guerra significó realmente.

Para mi abuela significó pasarlo muy mal. Su padre, mi bisabuelo, tuvo que poner pies en polvorosa y se refugió en México, un país que acogió con los brazos abiertos a los españoles que en aquel entonces, vivieron algo parecido a lo que viven hoy los sirios. Por avatares del destino en los que no me entretendré, mis bisabuelos jamás se reunieron, y mi bisabuela se quedó en Valencia con tres hijos, sin marido, sin trabajo y en el bando perdedor.

En Valencia la posguerra no fue nada fácil. Mi abuela tuvo que empezar a trabajar desde muy pequeña. Con 8 años vendía pan de estraperlo en el mercado y un poco después empezó a trabajar en un taller de costura. Así que con tanto trajín no pudo ir al cole después de la Guerra.

Mi abuela recuerda vivamente su cole antes de la Guerra y especialmente recuerda dos cosas: los libros que allí había y las obras de teatro en las que participó. Desde pequeña se interesó por los libros y la lectura y parece ser que se le daba muy bien memorizar los diálogos. De mayor quería ser actriz. Pero nada de eso llegó a ser posible.

La Guerra y la posguerra truncaron los sueños de muchos. Las personas que lo estaban pasando un poco menos mal, eran a veces generosas con las que sí. Una amiga de mi bisabuela se ofrecía a llevar a mi abuela y a su hermana a su casa en un pueblecito (lejos de la urbe llena de miseria que era Valencia) durante los veranos. Mi bisabuela aceptaba aquello porque significaba que esos meses sus hijas iban a tener la comida asegurada. Así de mal estaban las cosas. Una vez me contó mi abuela que en aquel entonces toda la carne que comían eran pulmones de vaca. Cuando su madre podía permitirse un pequeño capricho, esa era la carne que les llevaba.

Para tranquilizaros, os diré que según fueron pasando los años, la situación amainó, mi abuela conoció a mi abuelo (también perdedor en la Guerra, pero con trabajo) y tuvieron 5 hijos que crecieron sin grandes carencias, que pudieron ir al cole y leer y (dos de ellos, fíjate tú) escribir.

Dada la afición de mi abuela por la lectura, uno de los pocos inventos que ha permitido que entraran en su vida ha sido el eBook, o sea, el eReader, que es como hay que decirlo. Las letras en su pantalla son ridículamente grandes, pero esa es otra de las grandes ventajas de esta tecnología. Y a pesar de que saber pasar las páginas y cambiar de libro (a duras penas), no sabe descargarse libros nuevos, así que cuando alguno de nosotros vamos de visita, nos pide que le bajemos tal o cual libro.

Hace unos días se terminó La montaña mágica de Tomas Mann y me pidió que le recomendara otro libro y se lo bajase. Últimamente yo no he leído mucha novela, más bien ensayo, así que le recomendé Sin ti no hay nosotros de Suki Kim, un relato autobiográfico de las experiencias de una profesora de inglés en una universidad de Corea del Norte. La idea le pareció interesante a mi abuela, pero por desgracia no estaba en español en Amazon.

Así que pasé a la lista de los más vendidos, allí había un libro de Nieves Concostrina titulado Menudas Historias de la Historia, que no es más que un anecdotario de hechos históricos contados con bastante salero, explicando cómo sucedieron y cómo han pervivido algunas interpretaciones erróneas. Le leí la descripción, le pareció bien y se lo bajé.

A la semana siguiente me dijo que no le estaba gustando demasiado. Que sí, que era entretenido el libro, pero que ella buscaba algo más profundo, de más calidad literaria. Entonces me arremangué y le dije, a ver, trae, que te buscamos otro. Pero entonces me dijo que no, que primero iba a terminarse éste. Sabes que no hay por qué acabarse los libros que a uno no le gustan, ¿verdad, abuela? Le dije. No, yo nunca hago eso, contestó. Yo si lo empiezo, lo acabo.

Como quieras, le dije. Y en aquel momento me pareció que semejante obstinación era una cabezonería de persona mayor, que no merecía la pena perder el tiempo con un libro que a uno no le entusiasma… ¡Hay tantos! ¿O no?

Pues quizás no. Yo he nacido en la abundancia de libros. Antes de saber leer, ya tenía una estantería llena de libros, y a lo largo de mi vida nunca he tenido problemas para conseguirlos: mis amigos me los prestan, tengo dinero para comprarlos, las bibliotecas son accesibles y además está Internet…

Pero mi abuela pasó hambre de libros. Mi abuela alquilaba el libro que pillara en el quiosco y se lo leía. Si algún amigo se hacía con un libro, ella lo leía. Y había que ser rápida, porque no estaban mucho tiempo en sus manos, eran prestados por alguien a quien se lo había prestado otro alguien a quien también se lo habían prestado. Si pasaba el verano en casa de unos amigos de sus padres, devoraba todos los volúmenes que pudiera encontrar en aquella casa. Si se encontraba un folio escrito por la calle, lo leía con la esperanza de que contuviera una historia o una carta de amor.

Uno de esos veranos que pasó en casa de esa amiga de la familia, mi abuela empezó a leerse un libro de un tal Lorenzo Gualtieri (un escritorzucho de segunda fila que pasó sin pena ni gloria) titulado Mercedes o el destino fatal. La suerte quiso que aquella mujer no se llevara nada bien con la hermana de mi abuela, y un día decidieron volverse solas a Valencia: dos niñas de 12 y 8 años cogiendo el tren. Mi abuela, que aún no había terminado aquel libro lo escondió en su maletita. No sé si tenía intención de devolverlo o no, ella omite esa parte cuando lo cuenta, así que tal vez no tuviera planes más allá de llegar al final de la novela. Pero la dueña era muy lista. Revisó sus equipajes antes de que se fueran y le quitó el libro.

El año pasado, dimos con Mercedes o el destino fatal que, por supuesto, no se reeditó jamás. No fue fácil, porque dependiendo del día, a veces mi abuela narraba la historia diciendo exactamente el título y otras veces (cuando íbamos a apuntarlo) se le olvidaba, Vagaba en círculos en torno a un recuerdo sin precisar nunca la segunda parte del título. Mercedes y la mala suerte… No… La pobre historia de Mercedes… No, tampoco… Mercedes y el terrible… No…

Se lo regalamos a mi abuela por su cumpleaños y empezó a leerlo pero le pareció tan malo, que lo abandonó a las pocas páginas. Es el único libro del que tengo constancia que ha dejado a la mitad, y dos veces: con 12 y con 83 años. Y tal vez sea porque ese libro no es un libro, sino un recuerdo. Lo conserva con cariño, pero no parece que vaya a leerlo.

Suelo pensar que si mi abuela hubiera nacido en la democracia, hubiera sido una mujer muy diferente. No le pega ser ama de casa, que es lo que fue. Según cuentan mi madre y mis tíos, era mi abuelo el que cocinaba bien. Pero a ella le toco otra época, otra vida y otras penurias. Le tocó vivir el tiempo del hambre, del hambre del estómago y del hambre de la cabeza.

En casa de mi abuela la comida no se tira y los libros se leen hasta el final.

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